miércoles, 29 de febrero de 2012

Todo sobre Óscar


-Acompáñenme, por favor. Por aquí.

El Maitre del restaurante nos acomodó en una mesa para dos, nos dejó una carta del menú a cada uno y a continuación nos dijo: - Ahora les tomarán nota de su pedido.

Miramos el menú mientras intercambiábamos opiniones sobre qué pedir

- Antes de ordenar ¿Desean tomar algo los señores? – Preguntó una señorita.

-Para mí un vaso de agua – Dijo mi compañero de mesa-

-¿Y la señora?- preguntó dirigiéndose a mi- ¿Qué va a tomar?

-¿Yo? – Pregunté – Pues no sé… -Un refresco de cereza, por favor- Le dije mirándola a la cara.

-Un vaso de agua para el señor y un refresco de cereza para la señora- Confirmó la orden tamborileando su bolígrafo azul sobre una libretita de hojas rizadas. En ese momento me llamó la atención lo perfecto de su maquillaje. Una luz oblícua, que provenía de no sé qué fuente, le hacía brillar el colorete como si fueran micro puntos de purpurina. Recordé el arbolito de navidad cuando era niña, sus serpentinas metalizadas que reflejaban millones de puntos de luz y lo mucho que me abstraía mirando largamente sus reflejos.

Sentí cómo se dilataban mis pupilas. Los párpados me pesaban toneladas y una fuerza incontrolable me aspiró. De pronto me vi metida en un túnel de nebulosas azules, rosas, blancas… La aspersión me llevaba a una velocidad vertiginosa a la vez que me hacía girar y ascender por aquel pasadizo deslumbrante. Ascendía en espiral de caramelo acompañada solo por el ruido sordo de la velocidad. Salí expelida a una explanada de tranquilidad. Flotando, silencio, fondo negro, luz puntual de un blanco tan intenso como una navaja.

Finalmente caí de espaldas sobre una nube. Al caer sobre ella se levantó una breve nebulosa que volvió a acomodarse con el resto de aquella masa blanca. Era muy suave, con un leve toque frío que se acusaba en mis fosas nasales como un hilo cortante atravesando hasta mis pulmones. Me dejé caer un par de veces, como quien salta en una cama y se deja caer y vuelve a saltar, sólo por el placer de sentir y ver las nebulosas levantarse a mi alrededor y dejarme envolver por el tacto de algodón y talco a cuerpo entero.

Luego, quise incorporarme y explorar el lugar. Di mis primeros pasos y oí una leve risa. Me quedé inmóvil, quería descubrir de dónde provenía. Avancé dos pasos más y la volví a escuchar. Miré hacia abajo y vi cómo se levantaban algunos mechones de mi nube… Era ella ¡¡Se estaba riendo!! Pero ¿Por qué o de qué? Rocé mi pie sobre su base y estalló en una carcajada incontrolable a la vez que se deformaba por las contracciones de la risa.

- ¡¡Oh, perdona! – le dije – No sabía que tenías cosquillas. Tranquila, ya me quito los zapatos.

Me quité uno y luego el otro. Los lancé por la borda hacia el vacío. Los vi alejarse de mí flotando lentamente.

-¿Mejor así? – pregunté

-Umjú – afirmó tímidamente…

Salté de mi nube a otra y de otra a otra. Entonces me fijé en los infinitos millones de puntitos brillantes blancos, azules y rosas que forraban la estancia, como el traje de una estrella de cine. Me quedé mirando aquello, ya podía girar sobre mis pies, mirar arriba, abajo, a cualquier lado… tantos, tantos puntos luminosos.

Tuve la sensación de que un puñado de ellos se acercaba y que se estrellarían contra mí, cuando oí un zumbido a ambos lados de mi cabeza. ¡¡Me estaban tocando!! Parecía que mi cuerpo brillara con luz propia, como si cada poro de mi piel fuese una fuente de luz. Di unos pasos de baile cortos, lentos sólo por el gusto de verme brillar. Al dar la última vuelta el zumbido había desaparecido… vi alejarse aquella masa de luz. Todos menos uno que avanzaba en dirección contraria a su manada y se acercaba a mi. Se posó sobre mi nariz en actitud desafiante y me dijo:

-Quítate del medio ¿no ves que estamos trashumando?

Yo, bizca y sorprendida, la miré y le dije:

-¡Pero si eres una luciérnaga!

-Anjá – respondió - ¿Cuál es el problema? – Preguntó abriendo las manos en gesto desafiante- Como te vuelvas a poner en medio del camino, se nos van a fundir los plomos. ¡Que nos haces resistencia! ¿Entendido? –Preguntó cruzándose de brazos y mirándome directo a los ojos.

- Sí, señora – contesté haciendo una reverencia- Perdone usted. Es que soy nueva en el lugar…

No me dejó terminar mi discurso cuando la vi reiniciar su viaje mientras balbuceaba: Bla, bla, bla… Humanos. No aprenden nunca.

Yo me quedé con una ceja en alto sin haber entendido bien qué había pasado. Seguí saltando de nube en nube, dejando la estela de nebulosas en cada impacto, entonces divisé una esfera plateada, enorme que emitía la luz más pura que jamás ojos humanos hayan visto. Sentí que me perseguía formando un haz luminoso que se desplazaba allí donde me moviera. Escalones, una alfombra roja… ¡Oh! Todos aclaman mi nombre. Siento un nudo de emoción en mi corazón, empiezo a descender por los peldaños mientras saludo a una multitud enloquecida que no tiene suficiente sólo con verme. Quieren abrazarme, hacerse fotos conmigo… veo una chica, su cara me es familiar, se acerca con una libretita y un bolígrafo y, antes de que me lo pida, le firmo un autógrafo. Está tan sorprendida que no puede apartar la vista de mi dedicatoria y me mira una vez y otra y vuelve a mirar su libretita con expresión desencajada y yo sigo saludando a todos y lanzando besos cuando doy de bruces contra la esfera plateada que me iluminaba. Nos quedamos mirándonos frente a frente.

Era la luna.

-Envidiosa – le espeté sin más- Hoy estás llena, pero de mala gana ¿No?

-Pedona, guapa- me respondió- toda esta gente está aquí por mí

-Error, mi estimada Catalina. Toda esta gente está aquí para verme a mí ¿Te queda claro? –Le dije señalándola mientras la veía reirse.

-¿Claro? A mi todo me queda claro, nunca mejor dicho – dijo mofándose de mi.

La cogí por los extremos de su circunferencia, la atraje hacia mi y le dije muy bajito, tratando de mantener la sonrisa a mis admiradores:

-Lárgate de aquí… ya nos veremos cuando mengües, te usaré de balancín- le dije apretando mis labios y dándole un pequeño empujón.

-Buuuuhhhh, ¡Ni lo sueñes! Eso se lo permití una vez a los de Dreamwork, pero a ti ni de broma. Te sientas por aquí y eres capaz de pescar a “Tiburón” o "Pirañas Asesinas". De ti no se puede esperar nada bueno – Contestó irónicamente.

Al darme la vuelta la multitud había desaparecido ¿Qué había pasado? ¿Dónde se habían ido?

-¡Por tu culpa, desgraciada! – Le grité-

- Yo no he hecho nada – Respondió entornando los ojos –Aquí la que está haciendo un show eres tú.

-Precisamente- respondí suspirando, cabizbaja y con los hombros abatidos.

Me alejé negando con la cabeza y lamentándome por lo breve de mis quince minutos de gloria. A unas pocas constelaciones de distancia, me encontré con un grupo de seis mozas que hacían punto de cruz, a excepción de una que hacía punto. Un jersey esférico, rojo anaranjado con algunas líneas blancas. Conversaban animadamente y alguna intercambiaba un cuchicheo con otra compañera. Me acerqué con curiosidad.

-Hola… ¿Vosotras quiénes sois? – Quise saber – Irradiáis mucha alegría.

- Somos las Auroras – contestaron al unísono

- Yo soy la de América – dijo la más joven levantando una mano.

- Mucho gusto – Le dije

- Yo soy la de África – Me dijo otra dando saltitos sobre su asiento.

- Yo soy la de Oceanía, ella es la de Europa y esta otra es la de Asia – Dijo la tercera señalando a las dos mayores del grupo.

-Perdona, ¿Tú quién eres? Pregunté a la que faltaba por presentarse

- Soy Aurora Boreal- Contestó cambiando de color y volviendo la vista a su labor.

-Está muy emocionada porque se va a casar – Dijo Aurora de América.

- ¡Ah, sí! ¿Con quién? – me moría de curiosidad por saber.

- Con Saturno – dijo Aurora de Europa - ¿No ves que le dio el “anillo”? Dijo riendo a carcajadas mientras le secundaban todas las demás.

La vi cambiar de color nuevamente, avergonzada. Asintió con la cabeza y me confirmó la noticia. – Estoy haciendo este jersey para él– Afirmó ruborizada.

-¿Y dónde lo celebraréis? – Pregunté

- Hemos reservado una finca en la Vía Láctea. Nos la dejaron bien de precio por cambio de temporada. Al final de este año termina la Era de Acuario y ya sabes cómo funcionan los departamentos de marketing con esto de los cambios de temporada – me explicó-

- Cualquier cosa que necesites, soy fotógrafa de bodas ¿sabes? –Le dije ofreciéndole mi trabajo.

-¿Si? ¿Cómo te llamas? –Me preguntó interesada

Justo cuando me disponía a presentarme oí que me llamaban insistentemente. Una, dos, tres… infinitas veces…

Otra vez aquella extraña fuerza inmensurable me aspiraba con determinación y me arrastraba por el túnel de nebulosas azules, rosas, blancas, rosas, azules. Volvía a girar en espiral de caramelo, descendiendo sin control… Esa voz que me seguía llamando por mi nombre hacía que el túnel me aspirara cada vez con más fuerza…

Y entonces la sensación de vacío y desconcierto. Sacudí la cabeza y me encontré nuevamente frente a a mi compañero de mesa y la camarera de maquillaje perfecto.

-¿Que qué va a ordenar? - Me preguntó desde su colorete de micro universos y purpurinas- ¿Me escucha? –Volvió a preguntar con ojos perplejos. -¿Está usted bien?

Me pasé la mano por los ojos, tratando de aclarar mis ideas. No entendía qué estaba pasando. Me quedé mirándola fijamente. Su cara me resultaba familiar ¿de dónde la conocía?

-Perdone ¿nos conocemos? – Le pregunté un poco atolondrada

- No – me respondió – Pero usted ya se encargó de escribirme, espontáneamente, su nombre en la libretita. Así que nos queda menos - y volvió a tamborilear con el bolígrafo.

- ¡¿Uh?! - Exclamé sin entender qué me quería decir.

- A propósito – agregó – y perdone que se lo diga. Mientras esté dentro del restaurante no puede quitarse los zapatos. Vuelvo enseguida –dijo retirando los menús de la mesa.

jueves, 9 de febrero de 2012

Picardía caribeña

¡Epa! ¡10 cheles! ¿A quién se le habrán caído? – Miré a un lado, miré al otro. La calle estaba desierta- Bueno, esto no tenía dueño, ahora es mío. Entrecerré mi ojo derecho y me quedé pensando. Hoy es mi día de suerte.

Sin perder más tiempo, enfilé mis pasos hacia el colmado de la esquina. Llevaba, como siempre, mis chanclas de goma marrón, mis pantalones cortos azules que heredé de mi hermano Juan ¡tan desteñidos y raídos! Y mi camiseta color blanco triste, que ya dejaba traslucir mi piel mulata. Llegué dando saltitos, ¡Uno, dos escalones arriba y ya estoy dentro!

- ¡Pedro! – grité sonriendo.

- ¡Oh, Julito! ¿Y tú por aquí a estas horas? ¿No vas a la escuela hoy? – Me preguntó inquisidor.

- Mamá me dejó cuidando a Tatica, tú sabes, ella es muy chiquita y no la podemos dejar sola. Juan está en el taller y mamá anda pa’ casa de la doña, haciéndole un sancocho. Parece que tiene visita y está sin muchacha de servicio. Mamá dice que esos cuarticos que la doña le da le vienen muy bien de vez en cuando.

-¡Anjá! No, po’ ta’ bien. Si es así no hay problema. Dime ¿Qué te pongo? – Me preguntó suavizando la expresión.

- Pedro – le dije y me acerqué al mostrador. Con una mano le pedí que se acercara él también - ¿tú no tendrás un par de chuflays por ahí? – Pregunté en voz baja alternando mi mirada entre sus ojos y la gente que me rodeaba.

- ¡Claro, m’ hijo! ¿Y pa’ eso tu te pones tan misterioso? – Declaró soltando una carcajada que atrajo la atención de unos señores que jugaban dominó en la calzada de enfrente –Dos chuflays para Julito, dijo poniendo los cilindros de papel con colores chispeantes sobre el mostrador.

-Toma – Le dije chocando los diez cheles contra la hojalata que cubría el mostrador y produciendo ese sonido que tanto me gustaba. Para mí, era el sello de que se cerraba un trato. – Oye – le dije desde la puerta del colmado -no le digas a mamá que estuve aquí, que no sepa que Tatica se quedó sola en casa.

Pedro se llevó los dedos pulgar e índice hasta un extremo de sus labios y los deslizó hasta la comisura opuesta, simulando una cremallera que se cierra. Luego apoyó las manos en el mostrador con los brazos extendidos y se quedó mirándome y repiqueteando con los dedos al ritmo de un merengue alegre que sonaba en la radio que tenía al fondo de la estantería.-Tú, tranquilo – me dijo guiñándome un ojo.

Yo le hice un saludo militar y me fui dejando a mis espaldas una mezcla rítmica entre el merengue y las fichas del dominó. Caminé en dirección a mi casa alternando los chuflays de una mano a la otra, una y otra vez. El sol quemaba con todas las fuerzas que le impone el medio día, el calor era insoportable. Si no fuera por la humedad y la cantidad de mosquitos en el aire, nadie diría que ayer el cielo se desplomaba en agua. No había sombra ninguna en toda la calle. Ni un árbol, ni una cornisa, nada que me permitiera tomar un camino menos caluroso. El ruido de los automóviles y las motocicletas, liberando de sus entrañas ese aliento de monóxido de carbono hasta sentirme mareado. No había avanzado dos manzanas cuando recordé que Luis, el hijo de don Javier, había estado malo con fiebre desde hacía dos días.

- ¿Seguirá enfermo? A lo mejor está en su casa – pensé.

Mientras tanto, decidí abrir uno de los cilindros.

- A ver… caramelo, como siempre… lo único seguro es el caramelo – pensé a la vez que lo lanzaba hacia arriba y lo atrapaba en su descenso con mi boca- … y… ¡Un soldadito! ¡Epa, hoy es mi día de suerte! - Dije levantando mi premio en dirección al sol, a la vez que daba volteretas de alegría. – Deja que se lo enseñe a mis amiguitos de la escuela… ¡Qué chévere! ¡Pum, pum! – decía mientras apuntaba la estatuilla con su rifle a las ruedas de los autos y las motos - ¡Pum, pum! Muere traidor – decía sonriendo como un demente – ¡Pum, pum! Y al viralata también: Toma, por feo ¡Pum pum!- decía apuntando ahora a un perro realengo de color kaki, que se relamía una pata, tumbado y resguardándose del sol en la galería de una casa azul y blanco.

Ya estaba frente a la casa de Luis… me empiné sobre mis pies para alcanzar la ventana, sujetándome de las frías rejas blancas, alcancé la altura de media cabeza y no pude ver nada, pero sí oí lo que quería oír: la melodía de “Space Invaders”.

-Este está aquí – Rápidamente, guardé el soldadito en el bolsillo del pantalón, junto con el otro chuflay, y entré en la casa aprovechando que la muchacha del servicio dejó la puerta abierta para que se secara el suelo que acababa de fregar. Llegué hasta el salón y saludé – ¡Luis, mi amigo! ¿Cómo sigues? Te veo muy bien… ¡y jugando con el Atari!

Me miró de reojo, por lo que entendí que seguía enfadado conmigo. La última vez que jugamos con la maquinita -¡maravillosa maquinita!- Le gané por 35 puntos en el Pac-Man y él no entendía cómo yo, que no tenía ni un parchés en mi casa, ni tenía dinero para jugar en las máquinas de las pizzerías, le pudiera ganar a él, que tanto esmero, tiempo y técnica había invertido en los juegos.

- Hola, Julito… yo estoy mejor. Ya me tengo que ir a la cama a descansar un rato – Me dijo mirando la tele y cerrando la partida que estaba ejecutando. – Si tu quieres ven otro día y jugamos.

-No ‘ombe, Luis, vamos a echar una mano de Pac-Man, no seas así. ¿Tú estás enojado conmigo? Vamos a jugar, tu vas a ver que hoy tú me ganas… si lo importante es compartir.

No lo vi muy convencido. Aun así, apagó el aparato y cambió el cartucho. Colocó el juego que yo quería y empezamos el mano a mano. Quise ser condescendiente con él, pero no pude controlarme. “Aunque no me deje volver a jugar”… Subo a toda prisa por los laberintos y me voy comiendo todos los puntos que tengo por el camino, en estricto orden para no tener que repasar lo andado. Subo, subo, subo a través de la pantalla hasta llegar al extremo superior derecho, me como el bloque azul parpadeante y ahora voy a comerme a todos los fantasmas que se crucen por mi camino. Levanto el mando con fuerza, como si así obligara al Comecocos a correr más rápido a través de los campos celestes, presiono los botones hasta que me duelan los dedos, el corazón se me va a salir por la boca cuando exclamo síííííííííííííííííííííííííí y extiendo los brazos en alto y canto victoria y me abrazo a mi mismo y grito: Señoras y señores, una vez más: ¡Julito campeón! Simulo una algarabía de un público imaginario y…. luego el silencio. Caí en la cuenta de que Luis estaba muy callado, serio, disgustado, derrotado. Esta vez le gané por 42 puntos. Lo vi levantarse del suelo, enrollar el cable de su mando y apagar la tele y el Atari.

- No te pongas así – Le dije apoyando un brazo sobre su hombro tratando de aminorar su enfado… - Oye, esta tele es una maravilla- Le dije en tono un poco alabancioso y tratando de desviar su ira- Tremenda… Pantalla de 19 pulgadas y a todo color… La de mi casa es de 12 pulgadas, blanco y negro… pero no está mal para ver el “Show del Mediodía”.

- Julito, yo me voy a acostar un rato… que creo que me está subiendo la fiebre – Me dijo con un tono que dejaba a todas luces descubierto el hecho de que no me quería dentro de su territorio.

- Bueno, que te mejores. Gracias por dejarme jugar – dije alisándome el pantaloncito de poliéster y entonces recordé el segundo chuflay. Lo saqué presuroso y se lo pasé a Luis – Toma, amigo, para que veas que yo soy un “tipo bien”. Este lo tenía para Tatica, pero quédatelo tú.

Sólo en ese momento lo vi sonreír. Agradeció el gesto, se llevó el chuflay cerca del oído y lo sacudió como una maraca, como si así pudiera adivinar su contenido y me dijo:

- Lo abro ahorita. Mami no me deja comer dulces antes de la comida Ya te contaré lo que me tocó. Nos vemos otro día. Me dijo mientras caminaba hacia su dormitorio.

- Tú sabes que lo único seguro es el caramelo – Le dije levantando los dos pulgares. Me di cuenta que eran las 12:30 y que mamá no tardaría en llegar a la casa. Salí corriendo de la casa de Luis, crucé la calle, le di la vuelta a la manzana y entré en mi casa. Verifiqué que mi hermanita estaba bien, no se había caído, no había roto nada, todo en orden. Cinco minutos más tarde llegó la jefa de la casa y me preguntó por las novedades.

- Todo bien- le dije- La niña se ha portado fenomenal y yo he estado repasando matemáticas, que el lunes tenemos examen.

-Me alegro, entonces- me dijo sonriendo.

Estaba tan contento con mis aventuras y logros que quise ponerme a jugar nuevamente. Me metí la mano en el bolsillo buscando mi premio y no lo encontré. Busqué en uno, en el otro. No lo encontré… “pero si lo guardé aquí”- pensé-. Volví a buscar, y me fui alterando hasta el punto que mis movimientos empezaron a llamar la atención de mi mamá. Saqué los bolsillos hacia fuera, mientras los sacudía y miraba a mi alrededor, desandaba sobre los pasos que había dado dentro de mi casa por si se me había caído cuando escuché la pregunta de mi madre.

-¿Qué se te perdió? – preguntó frunciendo la boca y poniendo los brazos en jarra sobre su cintura.

-El soldadito – le contesté sin pensar- No sé si me cayó aquí o donde Luis.

-¿Qué soldadito? – volvió a preguntar – Porque tú no tienes ningún soldadito, que yo sepa.

- El que me saqué en el … -Sólo entonces caí en cuenta que me había descubierto – … chuflay – completé la frase desinflándome de hombros e inclinando la cabeza.

- ¡Ah! No me digas – Y que a lo mejor se te cayó donde Luis. Entiendo- respondió a la vez que se encaminó a buscar la vara de guanábana con la que solía “marcarnos la lección” al nivel de las rodillas.

Me quedé con cara de plato. Sentí un hilo frío en mi coronilla que fue descendiendo hasta convertirse en un sudor nervioso que me bajó por la espina dorsal. - ¿Y ahora qué hago? - Respiré profundo y exhalé.

En ese momento me di cuenta que aun tenía el sabor dulzón del caramelo en mi boca.

A propósito: no sé si lo dije, el caramelo es lo único seguro que te toca.


Diccionario dominicano:

Chele: Centavo/céntimo.

Tatica: Diminutivo de Altagracia, virgen patrona de la República Dominicana.

Sancocho: Comida típica dominicana. Consiste en un caldo hecho a base de carnes y tubérculos.

Chuflay: Cilindro de cartón envuelto en papel de color brillante que contiene un caramelo y un juguete sorpresa.

Chévere: Bien/bueno/divertido.

Viralata: Perro callejero.

Guanábana: Fruto de piel verde y pulpa blanca, muy suave y dulce.


lunes, 6 de febrero de 2012

EFRÉN EL PASTOR

           Laura, se había levantado serena. El sol en su plenitud lo inundaba todo con sus rayos dorados. Era uno de esos días, propicios para pintar. Desayunó y subió hasta el desván, donde tenía el taller de pintura. Era una estancia espaciosa, llena de luz, con grandes estanterías blancas, como la pared, donde aparecían cuidadosamente ordenados, tarros, pinturas, pinceles y trapos. Todo estaba diáfano. En la habitación, sólo un gran caballete frente a la ventana, exhibía un lienzo en blanco. Nada más subir, se quedó mirando al horizonte intentando inspirarse y casi de forma instintiva, llenó su paleta con pequeñas porciones de óleo, cual pequeños merengues en todos los colores, y llena de una extraña fuerza interior, que los artistas llaman  inspiración, empezó a distribuir tonalidades vivas, por el lienzo, siguiendo un extraño impulso. Sus pinceladas, eran cada vez más sueltas, largas y expresivas, nada que ver con su estilo hiperrealista y minucioso, conseguido con pequeños toques, muy trabajados.
Ebria de color y arte y continuó pintando febrilmente, sin darse cuenta  del paso del tiempo. De pronto el sol empezó a languidecer y esconderse tras las colinas no muy lejanas. Sólo en ese momento Laura se dio cuenta que ni siquiera había comido, llevaba ocho horas trabajando sin descanso y sin embargo, no sentía ni hambre, ni cansancio, se encontraba plena de satisfacción, le gustaba lo que estaba saliendo de sus manos, era como el fruto de emociones contenidas, que sin saber por qué, ahora fluían de una forma natural.
Durante largo rato, se quedó mirando su obra inacabada, y sintió desasosiego, había intentado copiar, el paisaje que vislumbraba desde su ventana, pero… Lo que había realizado, le parecía, una idea, plagiada, y que sedimentada en su alma, hoy, cual magma incandescente hubiera brotado sin freno.
Bajó a la cocina, se preparó un bocadillo y salió a dar un paseo, por el bosque, para reflexionar sobre dónde había visto antes, una obra similar y quién era el autor. Al llegar a la fuentecilla y oír el rumor del reato, sintió sed, se acercó al caño, de donde brotaba un agua fría y cristalina, llenó con ella, la palma de sus manos y llevándola a sus labios, calmó su ansia, luego, se sentó en la hierba apoyando la espalda en una roca, junto al corriente cantarina, que partía hacia la pradera. Aquel murmullo llenaba de paz su alma. Le gustaba pasar el tiempo, viéndole serpentear entre las piedras de aquella ladera rocosa y formar pequeñas cascadas plateadas de luna, que ya, empezaba a salir,  y podía verse, reflejada en sus aguas, como en un espejo. Recostada en su duro lecho, empezó a recordar, casi ensoñar, sus años infantiles, cuando llegaba hasta aquel claro del bosque, con sus hermanos y mientras estos se entretenían jugando con la pelota, ella se iba a charlar con el viejo pastor Efrén, que le contaba historias  sobre cada una de sus ovejas de la que se sabía todos sus nombres y si había alguna recién nacida, se la ponía en sus brazos, con cariño y hasta le dejaba bautizarla con el agua del arroyuelo, nombrándola, su madrina y protectora. Ya adolescente, le gustaba escuchar viejas leyendas que él sabía sobre aquellos lugares. De pronto recordó una charla muy especial.
-Hija, la vida es como la naturaleza, a cada etapa de nuestra existencia, le corresponden el espíritu y los colores  con los que se viste ella, en las cuatro estaciones.
-La niñez, es la primavera de la vida, con sus tonos pastel. El blanco de la jara, son las nubes de sus tiernos sueños, con caricias y mimos. El malva pálido de las violetas, simbolizan sus pequeños temores, ante lo desconocido, el amarillo de los girasoles, su necesidad de calor y ternura, la gama de los rosados de las azaleas o las orquídeas,  la dulce alegría de sus juegos.
La juventud, es la plenitud, de la existencia como, el verano. Si tuviéramos que representarla, sería con el rojo, reflejo del estallido de vida y la pasión. Como las amapolas o las frutas del bosque. Igual que el ardor que fluye, dentro del corazón de los jóvenes, el violáceo de los lirios y de las campanillas, es el tono de sus primeros desengaños amorosos y el verde de las ciruelas, en sazón, la esperanza que  mueve a los que tienen, toda una vida por delante.
En la madurez igual que en el otoño, predominan los tonos, marrones de las hojarascas y son como las personas que tienen ya el corazón seco, por los golpes de la vida; pero, hay  hojas que se mantienen aferradas a sus árboles, aún verdes, aunque irisadas en amarillo, son similares a todos los  que luchan por conservar intactos sus proyectos e ilusiones,  sintiéndose jóvenes y emprendedores, al margen de lo que diga su carnet de identidad
El invierno, es la última estación, la vejez en la vida. Esta es blanca, como la nieve de las cumbres, que ocultan sus erguidos picos, o las ambiciosas ilusiones humanas, pero en la naturaleza, también  ven los tonos pétreos-verdosos, de las rocas con musgo, sobre las que resbaló el hielo, porque ellas, fueron más fuertes, que él, o jardines tardíos en flor, llenos de dalias, ciclámenes y pensamientos. En la vida, también hay muchos ancianos que nos transmiten, los colores cálidos de su sabiduría, y ganas de vivir. Son como islas en el tormentoso  mar existencial. Hay quien se empeña en ver a la vejez y al invierno sólo en tonos fríos y tristes, son los egoístas o los apáticos, que se encierran en su iglú, sin salir y por eso se pierden la majestuosa belleza de esta estación y su hermoso colorido, que también lo tiene... ¡Hasta la nieve te quema si la tomas en la mano!
A ti que tanto te gusta pintar, si un día, representas la vida, no te olvides de lo que hoy te estoy diciendo y utiliza los tonos alegres y vivos en todas las etapas.
Respiró tranquila ¡su cuadro, no era ningún plagio! Era el recuerdo de la descripción paralela que entre las estaciones y la existencia humana, que le había hecho Efrén, hace años.
El río, jugaba con los cantos y el aire con las hojas secas y las verdes ramas de los pinos, y su murmullo, evocó a Vivaldi en el corazón de Laura.


Marisol Picarzo Cano
Madrid a 6 del 2 de 2012