lunes, 6 de febrero de 2012

EFRÉN EL PASTOR

           Laura, se había levantado serena. El sol en su plenitud lo inundaba todo con sus rayos dorados. Era uno de esos días, propicios para pintar. Desayunó y subió hasta el desván, donde tenía el taller de pintura. Era una estancia espaciosa, llena de luz, con grandes estanterías blancas, como la pared, donde aparecían cuidadosamente ordenados, tarros, pinturas, pinceles y trapos. Todo estaba diáfano. En la habitación, sólo un gran caballete frente a la ventana, exhibía un lienzo en blanco. Nada más subir, se quedó mirando al horizonte intentando inspirarse y casi de forma instintiva, llenó su paleta con pequeñas porciones de óleo, cual pequeños merengues en todos los colores, y llena de una extraña fuerza interior, que los artistas llaman  inspiración, empezó a distribuir tonalidades vivas, por el lienzo, siguiendo un extraño impulso. Sus pinceladas, eran cada vez más sueltas, largas y expresivas, nada que ver con su estilo hiperrealista y minucioso, conseguido con pequeños toques, muy trabajados.
Ebria de color y arte y continuó pintando febrilmente, sin darse cuenta  del paso del tiempo. De pronto el sol empezó a languidecer y esconderse tras las colinas no muy lejanas. Sólo en ese momento Laura se dio cuenta que ni siquiera había comido, llevaba ocho horas trabajando sin descanso y sin embargo, no sentía ni hambre, ni cansancio, se encontraba plena de satisfacción, le gustaba lo que estaba saliendo de sus manos, era como el fruto de emociones contenidas, que sin saber por qué, ahora fluían de una forma natural.
Durante largo rato, se quedó mirando su obra inacabada, y sintió desasosiego, había intentado copiar, el paisaje que vislumbraba desde su ventana, pero… Lo que había realizado, le parecía, una idea, plagiada, y que sedimentada en su alma, hoy, cual magma incandescente hubiera brotado sin freno.
Bajó a la cocina, se preparó un bocadillo y salió a dar un paseo, por el bosque, para reflexionar sobre dónde había visto antes, una obra similar y quién era el autor. Al llegar a la fuentecilla y oír el rumor del reato, sintió sed, se acercó al caño, de donde brotaba un agua fría y cristalina, llenó con ella, la palma de sus manos y llevándola a sus labios, calmó su ansia, luego, se sentó en la hierba apoyando la espalda en una roca, junto al corriente cantarina, que partía hacia la pradera. Aquel murmullo llenaba de paz su alma. Le gustaba pasar el tiempo, viéndole serpentear entre las piedras de aquella ladera rocosa y formar pequeñas cascadas plateadas de luna, que ya, empezaba a salir,  y podía verse, reflejada en sus aguas, como en un espejo. Recostada en su duro lecho, empezó a recordar, casi ensoñar, sus años infantiles, cuando llegaba hasta aquel claro del bosque, con sus hermanos y mientras estos se entretenían jugando con la pelota, ella se iba a charlar con el viejo pastor Efrén, que le contaba historias  sobre cada una de sus ovejas de la que se sabía todos sus nombres y si había alguna recién nacida, se la ponía en sus brazos, con cariño y hasta le dejaba bautizarla con el agua del arroyuelo, nombrándola, su madrina y protectora. Ya adolescente, le gustaba escuchar viejas leyendas que él sabía sobre aquellos lugares. De pronto recordó una charla muy especial.
-Hija, la vida es como la naturaleza, a cada etapa de nuestra existencia, le corresponden el espíritu y los colores  con los que se viste ella, en las cuatro estaciones.
-La niñez, es la primavera de la vida, con sus tonos pastel. El blanco de la jara, son las nubes de sus tiernos sueños, con caricias y mimos. El malva pálido de las violetas, simbolizan sus pequeños temores, ante lo desconocido, el amarillo de los girasoles, su necesidad de calor y ternura, la gama de los rosados de las azaleas o las orquídeas,  la dulce alegría de sus juegos.
La juventud, es la plenitud, de la existencia como, el verano. Si tuviéramos que representarla, sería con el rojo, reflejo del estallido de vida y la pasión. Como las amapolas o las frutas del bosque. Igual que el ardor que fluye, dentro del corazón de los jóvenes, el violáceo de los lirios y de las campanillas, es el tono de sus primeros desengaños amorosos y el verde de las ciruelas, en sazón, la esperanza que  mueve a los que tienen, toda una vida por delante.
En la madurez igual que en el otoño, predominan los tonos, marrones de las hojarascas y son como las personas que tienen ya el corazón seco, por los golpes de la vida; pero, hay  hojas que se mantienen aferradas a sus árboles, aún verdes, aunque irisadas en amarillo, son similares a todos los  que luchan por conservar intactos sus proyectos e ilusiones,  sintiéndose jóvenes y emprendedores, al margen de lo que diga su carnet de identidad
El invierno, es la última estación, la vejez en la vida. Esta es blanca, como la nieve de las cumbres, que ocultan sus erguidos picos, o las ambiciosas ilusiones humanas, pero en la naturaleza, también  ven los tonos pétreos-verdosos, de las rocas con musgo, sobre las que resbaló el hielo, porque ellas, fueron más fuertes, que él, o jardines tardíos en flor, llenos de dalias, ciclámenes y pensamientos. En la vida, también hay muchos ancianos que nos transmiten, los colores cálidos de su sabiduría, y ganas de vivir. Son como islas en el tormentoso  mar existencial. Hay quien se empeña en ver a la vejez y al invierno sólo en tonos fríos y tristes, son los egoístas o los apáticos, que se encierran en su iglú, sin salir y por eso se pierden la majestuosa belleza de esta estación y su hermoso colorido, que también lo tiene... ¡Hasta la nieve te quema si la tomas en la mano!
A ti que tanto te gusta pintar, si un día, representas la vida, no te olvides de lo que hoy te estoy diciendo y utiliza los tonos alegres y vivos en todas las etapas.
Respiró tranquila ¡su cuadro, no era ningún plagio! Era el recuerdo de la descripción paralela que entre las estaciones y la existencia humana, que le había hecho Efrén, hace años.
El río, jugaba con los cantos y el aire con las hojas secas y las verdes ramas de los pinos, y su murmullo, evocó a Vivaldi en el corazón de Laura.


Marisol Picarzo Cano
Madrid a 6 del 2 de 2012            

1 comentario:

  1. Un relato cálido para el alma y un abrazo para los cinco sentidos. ¡Enhorabuena!

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