sábado, 31 de marzo de 2012

MAS FUERTE QUE EL AGUA, EL FUEGO Y EL VIENTO

Adela se encaminó, como todos las semanas, para ver a Luis. Cruzó el pueblo, el sol, ya sobre las montañas, entibiaba los campos y una brisa suave, hacía aquella mañana especialmente agradable para caminar. Tomó el sendero de los chopos, hasta llegar al encuentro de su enamorado. Ya frente a él, bajó sus ojos y suspiró profundamente:
-¡Hola mi amor! ¡Chiiiiisssss No me digas nada! Ya sé lo que estás pensando, que llevo la falda un poco corta y luego, los mozos me miran las piernas. ¡Pero tonto, si yo soy solo tuya. Además, sabes que a mí me respetan más que a don Anselmo, el nuevo cura.
La respuesta de Luis, más pareció que se la dieran las hojas, al ser besadas por el viento, pero Adela, no necesitaba contestación. Le conocía tanto, que aún en el más absoluto silencio, adivinaría sus pensamientos y sin ver sus ojos, podría describir con exactitud, su mirada y la intención de la misma.
-Estos días, está todo muy aburrido, no ha sucedido nada importante. Sí, ya sé que a ti lo que te interesa es lo que sigo pensando sobre tus tres competidores. Tienes miedo que al estar lejos de ti, olvide nuestro compromiso. ¡De una vez por todas, te voy a contar mis sentimientos detalladamente! Pero no quiero que te vuelvas a a preocupar, ni a sufrir más. ¡Escucha!
A mí, Juan, el hijo de Antonio el carpintero, ni me gusta, ni jamás me gustará. Es prepotente, nadie puede fiarse de él. Te diré, que para mí es como el agua del río, hoy pasa por aquí y jamás volverás a verla, porque mañana estará a kilómetros de distancia. Sí, es un muchacho con tesón, alegre y cantarín, que sabe sobreponerse a todos los escollos y saltar sobre ellos, como las cascadas. Pero jamás se asentará en ningún lugar, ni formará una familia... ¿Cómo me podría atraer una persona así? ¿Acaso no me conoces? ¡Chisss, sigue escuchándome!
Manolo, el del bar, ese... ese es como el fuego, sí, muy fogoso, pero lo que toca lo destruye, siempre tiene un requiebro en sus labios, que a cualquier mujer le haría volverse loca o sentirse una reina; pero cuando ésta se aleja, tiene otro igual de bonito para la siguiente que vea. Como el fuego, lanza llamaradas según sople el viento, pero a quien coja en sus fogonazos amorosos la destruirá para siempre. ¿Me crees tan tonta, como para encandilarme con él, habiéndote conocido a ti? ¡No digas nada, déjame terminar!
Avelino, mi amigo de la infancia, tú sabes, que ha sido para mí, como el hermano mayor, que nunca tuve, me ha escuchado siempre desde niña y nada más. Sé que si tengo algún problema, puedo contar con su ayuda, porque es muy buena persona, pero jamás pensaría en él como en un hombre del que alguien pueda enamorarse. Avelino, es como el aire, que ni se ve, ni se toca, sólo se siente, suave o tempestuoso, sin término medio. El vino le pone como loco y pasa de ser una dulce brisa a un viento huracanado, que destruye todo lo que halla al pasar. Jamás podrá hacer feliz a una mujer, hoy la besaría con ternura y mañana, llegaría borracho y le desgarraría el alma. ¿Tú crees que un hombre como éste podría hacerte sombra o conquistar mi corazón?
Y ahora, sigue escuchándome. Tu viniste a mí, con la mirada limpia, los ojos llenos de luz y un amor, fuerte como las rocas que forman la tierra, firme, seguro, dulce, tierno... No terminaría nunca, de decir tus muchas cualidades, ni los hermosos sentimientos que me hiciste y aún me haces, sentir en el corazón.
Cuando tus fuertes brazos me abrazaron contra tu pecho, por primera vez, nuestras almas se fundieron en una para la eternidad y en aquel hermoso día de nuestra boda, se unieron nuestros cuerpos y dejamos de ser dos, para ser eternamente uno.
Sí, ya sé que los vecinos del pueblo, me dicen que ya no estás en casa, que deje de vivir como una monja, pero no temas, yo soy tuya, y sigo tan enamorada de ti, como el primer día. ¿Qué no estás junto a mí? ¿Que sabrán ellos, cómo siento cada instante, el calor de tus abrazos? Cómo noto el ardor de tu cuerpo, envolviéndome, aún en la distancia y tus labios, sobre los míos, mezclándose nuestros alientos y nuestras almas
Te amo Luis, te amo. Me hiciste tan feliz en sólo ocho años, que ya nadie sería capaz de llenar mi alma, ni con todo el amor ni con todo el oro del mundo.
En ese momento, Adela, guardó un profundo silencio y se echó sobre la fría lápida de mármol gris, bajo la que descansaba el cuerpo de su amado, la besó con fruición, la regó con sus lágrimas y la secó, con el suave pañuelo de cuello que a él tanto le gustaba. Luego. Como de costumbre, colocó en la jardinera que estaba a los pies de la tumba, las rosas blancas y las hojas de camelias que ella misma cultivaba para él, desde hacía dos años, el mismo tiempo que la muerte, les había separado... Colocadas las flores, se sentó junto a él y, dejó correr su imaginación como un potro desbocado, a través de los felices momentos vividos juntos. Instantes irrepetibles… Amor mío, musitó Laura, nuestro amor, como la casa de la parábola del Evangelio, está cimentado sobre la roca, ni el agua, ni el fuego, ni el viento podrán destruirlo jamás.
Se había hecho tarde, se despidió hasta la siguiente semana, serena, plena, sabía que allí estaba sólo el cuerpo de su amado, porque sus almas, nunca se habían separado.

Marisol Picarzo Cano

EFRÉN EL PASTOR

EFRÉN EL PASTOR

Laura, se había levantado alegre. El sol, lo inundaba todo con sus rayos dorados. Era uno de esos días, con los que ella soñaba, propicios para pintar. Desayunó y subió hasta el desván, donde tenía su taller. Era una estancia espaciosa y diáfana, llena de luz, de paredes blancas y grandes estanterías a juego, en las que aparecían cuidadosamente ordenados, tarros de pinturas de todas las tonalidades, en contraste con el color níveo, que allí predominaba, pinceles y paños cuidadosamente doblados. Sólo un gran caballete frente a la ventana, exhibía un lienzo impoluto, en espera de ser estrenado. Nada más subir, se quedó mirando por la ventana al horizonte, intentando inspirarse y casi de forma instintiva, llenó su paleta con pequeñas gemas de óleo, y llena de una extraña fuerza interior, que los artistas llaman inspiración, empezó a distribuir vivos matices, por el lienzo, siguiendo un extraño impulso. Sus pinceladas, eran cada vez más sueltas, largas y expresivas, nada que ver con su estilo hiperrealista y minucioso, conseguido con pequeños toques, muy trabajados.
Ebria de color y arte y continuó pintando febrilmente, sin darse cuenta del paso del tiempo. De pronto el sol empezó a languidecer y esconderse tras las colinas no muy lejanas. Sólo en ese momento, Laura se dio cuenta de que ni siquiera había comido, llevaba ocho horas trabajando sin descanso y sin embargo, no sentía ni hambre, ni cansancio, se encontraba plena de satisfacción, le gustaba lo que estaba saliendo de sus manos, era como el fruto de emociones contenidas.
Durante largo rato, se quedó mirando su obra inacabada, y de pronto, sintió desasosiego, había intentado plasmar, el paisaje, a través de los sentimientos, que su visión le suscitaba, pero… Le parecía, una idea, plagiada, que sedimentada en su alma hoy, cual magma incandescente hubiera brotado sin freno.
Bajó a la cocina, tomó un frugal almuerzo y salió a dar un paseo, por el bosque para reflexionar sobre dónde podía haber visto antes, una obra similar y quién podía ser su autor. Al llegar a la fuentecilla y oír el rumor del reato, sintió sed, se acercó al caño, de donde brotaba un agua fría y cristalina, llenó con ella, las palmas de sus manos y llevándosela a sus labios, calmó su ansiedad, luego, se sentó en la hierba apoyando la espalda en una roca, junto a la rumorosa corriente, que partía hacia la pradera. Aquel murmullo del agua llenaba de paz su alma. Le gustaba pasar el tiempo, viéndola serpentear entre las piedras de aquella ladera rocosa y formar pequeñas cascadas plateadas de luna, la cual, coqueta, se asomaba a ellas, para verse como en un espejo. Recostada en su duro lecho, empezó a recordar, casi ensoñar, sus años infantiles, cuando venía hasta aquel claro del bosque, con sus hermanos y mientras ellos se entretenían jugando con la pelota, ella se iba a charlar con el viejo pastor Efrén, que le contaba la historia y los nombres de cada una de sus ovejas y si había alguna recién nacida, se la ponía en sus brazos y la dejaba bautizar con el agua del arroyuelo, designándola como su madrina y protectora. Aún recordaba a Estrellita a Nube y a Traviesa, su preferida. Ya adolescente, le gustaba oírle contar, viejas leyendas que él sabía sobre aquellos lugares ¡De pronto! Recordó una charla muy especial
-Hija, la vida es, como la naturaleza, a cada etapa de nuestra existencia, le corresponden el espíritu y los colores con los que se viste ella en las cuatro estaciones. Y aunque algunas sean más hermosas y coloridas, en todas, podemos encontrar belleza y tonalidades hermosas.
-La niñez, es la primavera de nuestra existencia, sus tonos son pastel. Como en dicha estación. El blanco de las jaras, son las nubes de los tiernos sueños infantiles, con caricias y mimos, el malva pálido de las violetas, los pequeños temores, ante lo desconocido, el amarillo de los girasoles, la necesidad de calor y ternura y la gama rosada de las azaleas o las orquídeas, la dulce alegría de sus juegos.
La juventud, es el equivalente al verano, la plenitud. Si tuviéramos que representarla, sería con los rojos, símbolo del estallido de la vida y la pasión, el color de las amapolas, las frutas del bosque y del el ardor que fluye del corazón de los jóvenes, aunque también encontramos en ella, el violáceo de los lirios y de las campanillas, reflejo de sus primeros desengaños amorosos o el verde de las ciruelas, en sazón, como el de la esperanza que mueve a los que tienen, toda una vida por delante.
En la madurez igual que en el otoño, predominan los tonos, marrones de las hojarascas, semejante al de algunas almas, que ya tienen el corazón seco, por los golpes de la vida; pero, hay hojas que se mantienen aferradas a sus árboles, aún verdes, aunque irisadas en amarillo, éstas, nos evocan, a las personas que luchan por conservar intactos sus proyectos e ilusiones juveniles, al margen de lo que diga su carnet de identidad.
El invierno, es la última estación del año, como la vejez en la vida. Es la estación blanca, de la nieve en las cumbres, que oculta los erguidos picos que éstas lucían en primavera o el azabaches y el oro que un día fueron los cabellos de los hoy ancianos, pero, también se ven los tonos pétreo-verdosos, de las rocas con musgo, sobre las que resbaló el hielo, porque ellas, fueron más fuertes que él, los jardines tardíos, en flor, llenos de dalias, ciclámenes y pensamientos y en la vida, hay muchos mayores que nos transmiten, los matices cálidos de su sabiduría, y su ternura. Son islas en el tormentoso mar existencial de la vida. Hay quien se empeña ver en la senectud y en el invierno, sólo tonos fríos y tristes, son los egoístas o los apáticos, que se encierran en su iglú, sin salir de él y por eso se pierden la majestuosa belleza de esta estación, con su sublime colorido, y su fuerza por vivir ¡Hasta la nieve te quema si la tomas en la mano!
A ti que tanto te gusta pintar, si un día, representaras la vida, no te olvides de lo que hoy te estoy diciendo y utiliza los tonos alegres y vivos en todas las etapas.
Respiró tranquila ¡su cuadro, no era ningún plagio! Era el recuerdo de la descripción paralela que entre las estaciones y la existencia humana, le había hecho Efrén, siendo niña.

El río, jugaba con los cantos rodados, el aire con las hojas secas y las verdes ramas de los pinos, evocando a Vivaldi en el corazón de Laura y llenándola de paz


Marisol Picarzo Cano
Madrid a 6 del 2 de 2012

miércoles, 21 de marzo de 2012

El mito de Trúcamelo

En aquellos tiempos, Azhara, considerada por los de su comarca un ser traído desde la luz, se trazó un destino. Inventaría un juego que le ayudara a desplegar sus virtudes de manera inocente y, así, acaparar la atención de él. Y de este modo, antes de que la leyenda egipcia llegara a su tierra, y se proclamara al Elegido, decidió dejar sus huellas por los caminos que luego él recorrería. Una madrugada, saltó desde la orilla y se adentró en el mar caminando sobre las aguas. Marcando sus pisadas sobre las olas, allí dejaba en evidencia su paso y sus intenciones.


Él, Amir-Anîs, se sabía querido por los suyos y sus súbditos. Se lanzó a la mar en busca de aventuras y un espíritu diáfano. Blandió sus remos y al cruzar la quinta ola, el corazón se le llenó de una temerosa emoción y una hermosa confusión. Entonces creyó haber entendido. Y sopló besos al viento que venía del Sur y le encargó que se los llevaran a ella. Pero primero tendrían que venir las tormentas y éstos perdieron su rumbo y se hundieron antes de llegar a puerto. Amir-Anîs naufragó en una isla lejana y colmada de desconocimiento.


Azhara pensó que él no había visto sus huellas en el agua e ideó una nueva estrategia. Se adentró bailando en el bosque y eligió los troncos más hermosos que encontró. Les contó, despacio y bajito, todos sus sueños y secretos y les imploró, por favor, que le llevaran su canción allí donde él estuviera. Les pidió perdón por lo que haría y les aseguró que esa era su misión. Con ellos hizo una hoguera y procuró que el humo subiera tan alto que él lo pudiera ver.


Amir-Anîs, lejos y perdido, imploraba al cielo una señal, algo que le devolviera la esperanza, y a ella. Pero no vio más que nubes negras flotando encima de la bruma formada por el agua de mar. ¿Qué habrá hecho con los besos que le envié? Agachó su cabeza y la hundió entre sus rodillas. El viento, enfurecido, le azotó las mejillas. ¡Necio! Le susurró al oído. ¿Acaso no entiendes que ganar o perder es vencer a medias? Más aun cuando las dos partes enfrentadas conforman la unidad. Dime, ¿Qué das en ofrenda cuando tus manos están vacías? Amir-Anîs se dejó caer sobre el suelo y se abandonó al llanto. Las nubes negras llegaron hasta su isla y estallaron en ira sobre su cabeza ¿Por qué nos ignoras? Y se dejaron llover. La lluvia se mezclaba con sus lágrimas y éstas a la vez, empapaban la tierra sobre la que Amir-Anîs se había entregado al dolor.


Las nubes y el viento, impotentes ante la situación, dieron por finalizada su tarea. Se marcharon cediéndole paso al sol. De la tierra sobre la que él se había lamentado brotaron las primeras ramas, los primeros tallos y luego los troncos más hermosos. Amir-Anîs se levantó alegre, impulsado por el ritmo de una nueva danza en su corazón. Una extraña canción le acunaba la vida y sentía su espíritu inundarse de luz. Ahora era su momento. Le tocaba a él dar el próximo paso. Con los troncos hizo una barca y atravesó los mares. Antes de llegar a puerto encontró los besos hundidos. Les pidió perdón por lo que les había hecho y los guardó cerca del fuego que ardía en su pecho. Sonriendo les aseguró que juntos tenían una misión.


Cuentan, que por ese entonces, el Universo y el Destino pactaron un juego. Recurrirían a la fuerza de la naturaleza y sus elementos para unir eternamente a aquellos seres que se buscan desde la luz del entendimiento, los sueños y el perdón.