sábado, 31 de marzo de 2012

EFRÉN EL PASTOR

EFRÉN EL PASTOR

Laura, se había levantado alegre. El sol, lo inundaba todo con sus rayos dorados. Era uno de esos días, con los que ella soñaba, propicios para pintar. Desayunó y subió hasta el desván, donde tenía su taller. Era una estancia espaciosa y diáfana, llena de luz, de paredes blancas y grandes estanterías a juego, en las que aparecían cuidadosamente ordenados, tarros de pinturas de todas las tonalidades, en contraste con el color níveo, que allí predominaba, pinceles y paños cuidadosamente doblados. Sólo un gran caballete frente a la ventana, exhibía un lienzo impoluto, en espera de ser estrenado. Nada más subir, se quedó mirando por la ventana al horizonte, intentando inspirarse y casi de forma instintiva, llenó su paleta con pequeñas gemas de óleo, y llena de una extraña fuerza interior, que los artistas llaman inspiración, empezó a distribuir vivos matices, por el lienzo, siguiendo un extraño impulso. Sus pinceladas, eran cada vez más sueltas, largas y expresivas, nada que ver con su estilo hiperrealista y minucioso, conseguido con pequeños toques, muy trabajados.
Ebria de color y arte y continuó pintando febrilmente, sin darse cuenta del paso del tiempo. De pronto el sol empezó a languidecer y esconderse tras las colinas no muy lejanas. Sólo en ese momento, Laura se dio cuenta de que ni siquiera había comido, llevaba ocho horas trabajando sin descanso y sin embargo, no sentía ni hambre, ni cansancio, se encontraba plena de satisfacción, le gustaba lo que estaba saliendo de sus manos, era como el fruto de emociones contenidas.
Durante largo rato, se quedó mirando su obra inacabada, y de pronto, sintió desasosiego, había intentado plasmar, el paisaje, a través de los sentimientos, que su visión le suscitaba, pero… Le parecía, una idea, plagiada, que sedimentada en su alma hoy, cual magma incandescente hubiera brotado sin freno.
Bajó a la cocina, tomó un frugal almuerzo y salió a dar un paseo, por el bosque para reflexionar sobre dónde podía haber visto antes, una obra similar y quién podía ser su autor. Al llegar a la fuentecilla y oír el rumor del reato, sintió sed, se acercó al caño, de donde brotaba un agua fría y cristalina, llenó con ella, las palmas de sus manos y llevándosela a sus labios, calmó su ansiedad, luego, se sentó en la hierba apoyando la espalda en una roca, junto a la rumorosa corriente, que partía hacia la pradera. Aquel murmullo del agua llenaba de paz su alma. Le gustaba pasar el tiempo, viéndola serpentear entre las piedras de aquella ladera rocosa y formar pequeñas cascadas plateadas de luna, la cual, coqueta, se asomaba a ellas, para verse como en un espejo. Recostada en su duro lecho, empezó a recordar, casi ensoñar, sus años infantiles, cuando venía hasta aquel claro del bosque, con sus hermanos y mientras ellos se entretenían jugando con la pelota, ella se iba a charlar con el viejo pastor Efrén, que le contaba la historia y los nombres de cada una de sus ovejas y si había alguna recién nacida, se la ponía en sus brazos y la dejaba bautizar con el agua del arroyuelo, designándola como su madrina y protectora. Aún recordaba a Estrellita a Nube y a Traviesa, su preferida. Ya adolescente, le gustaba oírle contar, viejas leyendas que él sabía sobre aquellos lugares ¡De pronto! Recordó una charla muy especial
-Hija, la vida es, como la naturaleza, a cada etapa de nuestra existencia, le corresponden el espíritu y los colores con los que se viste ella en las cuatro estaciones. Y aunque algunas sean más hermosas y coloridas, en todas, podemos encontrar belleza y tonalidades hermosas.
-La niñez, es la primavera de nuestra existencia, sus tonos son pastel. Como en dicha estación. El blanco de las jaras, son las nubes de los tiernos sueños infantiles, con caricias y mimos, el malva pálido de las violetas, los pequeños temores, ante lo desconocido, el amarillo de los girasoles, la necesidad de calor y ternura y la gama rosada de las azaleas o las orquídeas, la dulce alegría de sus juegos.
La juventud, es el equivalente al verano, la plenitud. Si tuviéramos que representarla, sería con los rojos, símbolo del estallido de la vida y la pasión, el color de las amapolas, las frutas del bosque y del el ardor que fluye del corazón de los jóvenes, aunque también encontramos en ella, el violáceo de los lirios y de las campanillas, reflejo de sus primeros desengaños amorosos o el verde de las ciruelas, en sazón, como el de la esperanza que mueve a los que tienen, toda una vida por delante.
En la madurez igual que en el otoño, predominan los tonos, marrones de las hojarascas, semejante al de algunas almas, que ya tienen el corazón seco, por los golpes de la vida; pero, hay hojas que se mantienen aferradas a sus árboles, aún verdes, aunque irisadas en amarillo, éstas, nos evocan, a las personas que luchan por conservar intactos sus proyectos e ilusiones juveniles, al margen de lo que diga su carnet de identidad.
El invierno, es la última estación del año, como la vejez en la vida. Es la estación blanca, de la nieve en las cumbres, que oculta los erguidos picos que éstas lucían en primavera o el azabaches y el oro que un día fueron los cabellos de los hoy ancianos, pero, también se ven los tonos pétreo-verdosos, de las rocas con musgo, sobre las que resbaló el hielo, porque ellas, fueron más fuertes que él, los jardines tardíos, en flor, llenos de dalias, ciclámenes y pensamientos y en la vida, hay muchos mayores que nos transmiten, los matices cálidos de su sabiduría, y su ternura. Son islas en el tormentoso mar existencial de la vida. Hay quien se empeña ver en la senectud y en el invierno, sólo tonos fríos y tristes, son los egoístas o los apáticos, que se encierran en su iglú, sin salir de él y por eso se pierden la majestuosa belleza de esta estación, con su sublime colorido, y su fuerza por vivir ¡Hasta la nieve te quema si la tomas en la mano!
A ti que tanto te gusta pintar, si un día, representaras la vida, no te olvides de lo que hoy te estoy diciendo y utiliza los tonos alegres y vivos en todas las etapas.
Respiró tranquila ¡su cuadro, no era ningún plagio! Era el recuerdo de la descripción paralela que entre las estaciones y la existencia humana, le había hecho Efrén, siendo niña.

El río, jugaba con los cantos rodados, el aire con las hojas secas y las verdes ramas de los pinos, evocando a Vivaldi en el corazón de Laura y llenándola de paz


Marisol Picarzo Cano
Madrid a 6 del 2 de 2012

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