jueves, 31 de marzo de 2011
La Blackberry.-
martes, 29 de marzo de 2011
Akira.-
lunes, 21 de marzo de 2011
LA FOTO
El hotel en que estaba instalado era lo mejor que quedaba en aquel pueblo polvoriento. Todavía no había amanecido pero Rafael ya estaba en pie. Sin encender la única bombilla que había en la habitación, con cautela miró por la ventana los fogonazos de los disparos que iluminaban de cuando en cuando una esquina donde un pequeño muro quedaba en pie. Porque aquel pueblo estaba prácticamente destruido, parecía un simulacro de la realidad, un escenario trágico. Rafael había llegado allí enviado por su periódico, nunca había querido cobijarse detrás de la mesa de un despacho o haciendo fotos de crónicas sociales. Él era periodista y fotógrafo de la realidad más descarnada, algunas de sus fotos habían dado la vuelta al mundo pero él siempre sentía un desgarro ante esas fotos de niños sin lágrimas, carentes de fuerzas y futuro.
Era su último día en esa ciudad, por la noche volvería a casa en un avión que transportaba a los soldados heridos. A casa, a casa, Rafael tenía muchas casas, en cada misión tenía una casa, pero mañana estaría en su casa donde la soledad melancólica no existía. Allí estaban Alicia y su pequeña hija. Habían pasado seis meses desde que se fue y estaba contento, muy contento de volver a abrazarlas, tenía nostalgia de ellas, del olor a café recién hecho y pan tostado que inundaba la casa por las mañanas. Tenía que desintoxicarse de los sonidos sordos de los disparos, de la visión imparable del desastre. Sabía que al cabo de un mes volvería pero estos treinta días los disfrutaría, ya empezaba a disfrutarlos. En unas horas habría pasado de un paisaje de desolación al verde de su tierra, con las casas entre árboles, cambiaría el olor a pólvora por el olor de las jaras. Se sentía feliz, había hablado con su mujer, había oído respirar a su hija que seguramente chupeteaba el teléfono. Su jefe estaba muy satisfecho con su trabajo, y él ... él tenía costras en el alma, restos de las heridas que había sufrido estos meses, pero sobre ellas estaba es mes en el que iba a enterrar recuerdos del pasado inmediato.
Le sobresaltó el timbre de su móvil, tantos días mudo, tenía un mensaje de su hermano: “Oposiciones en el bote, te esperamos con mariscada. Te queremos, hasta mañana, Lucas”. A Rafael se le humedecieron los ojos. Agustín había sacado las oposiciones en las que tanto esfuerzo había puesto, seis años encerrado en una habitación rodeado de temarios. Ya no le podía pedir más a la vida, imaginó a sus padres eufóricos. Mañana los abrazaría a todos. Mañana, pero hoy tenía que hacer su trabajo. Cogió la mochila, las máquinas de fotos, el casco, el chaleco antibalas con su identificación de PRENSA como escudo y salió a la calle. Todavía no había amanecido pero una bruma gris anunciaba la salida del sol. Apostado entre los escombros, agachado iba avanzando, quería llegar a la zona donde los fogonazos le indicaban que allí estaba la noticia, la foto. En esos momentos siempre pensaba que no quería entender nada, ni entender el mundo porque era inútil, él sólo quería dar testimonio de lo incomprensible.
Durante horas fue tomando instantáneas de mujeres y hombres corriendo sin concierto, de perros que hambrientos escarbaban entre los escombros; la vida, o mejor, la muerte volvía a las calles. Divisó a lo lejos a un compañero francés que en ese momento enfocaba con su cámara a un hombre en bicicleta que transportaba un mugriento colchón. Arriesgaba su vida entre ráfagas de disparos por un colchón. Nada allí tenía sentido.
La mirada de Rafael recorrió la calle y se detuvo en la figura pequeña de un niño que manos en alto daba vueltas sobre sí mismo sin saber hacia donde ir. De vez en cuando paraba y miraba buscando un lugar. Era una buena foto, sucio, descalzo, apenas cubierto con un harapo, si se acercaba un poco vería su cara, seguro que sería una máscara del miedo. A los pocos segundos un perro se acercó al niño y le lamió los pies. El niño, inmóvil. Era la foto de las que dan la vuelta al mundo, de la de Pulitzer. De pronto una lluvia de balas empezó a caer sin piedad. Rafael dejó la mochila y las máquinas de fotos y corrió hacia el niño, lo cogió por la cintura y comenzó a retroceder. De pronto sintió un fuerte dolor en el muslo, como si una flecha de fuego le hubiera atravesado, iba dejando un reguero rojo, viscoso, abundante, siguió arrastrándose sin soltar al niño. Rodó hacia una zanja y lo protegió con su cuerpo. La sangre salía con la velocidad de los rápidos de un río; la laxitud y cierto bienestar lo estaban invadiendo.
Una hora después el fotógrafo francés pudo cruzar la calle. Rafael tenía los ojos abiertos sin mirada, en medio de un enorme charco de sangre, el niño sentado a su lado le había cogido la mano y canturreaba al tiempo que balanceaba su cuerpo rítmicamente. El francés se agachó y con respeto cerró los ojos de su compañero. Después cogió su máquina, enfocó a Rafael y al niño e hizo LA FOTO.
María Cruz Quintana
03/06/2010
domingo, 20 de marzo de 2011
LA ESPERABAN
Carmen tumbada en la cama miraba al techo. ¿Qué hora sería? Una luz incipiente entraba por la ventana, apagada y débil como su ánimo aquella mañana. Le hubiera gustado no haberse despertado, era uno de esos días en que necesitaba que el sueño la apartara de la realidad. Su psiquiatra el día anterior le había propuesto que hiciera balance de las circunstancias positivas que tenía alrededor. Carmen había llegado a la conclusión de que las cosas buenas eran más que las negativas, que su realidad era codiciable, deseable. Su marido la quería, sus hijos la querían, sus amigos la querían y ella también se quería. Se levantó y miró por la ventana, había nevado, una ligera capa de nieve cubría la calle y los coches aparcados, la abrió y un aire frió y seco entró y le hizo reaccionar.-Tu marido de viaje, tus hijos con sus familias. ¡A la calle que ya es hora! Te espera la gente, el aire helado, el chapoteo de la nieve, te espera la mañana. No te puedes quedar en la cama y ser tú la que espera porque nadie va a venir a rescatarte - Cerró la ventana y vio cómo una cometa se elevaba anárquica, oscilando y balanceándose a merced del viento, quizá también la esperaba algún niño afligido por su pérdida. La mañana, el niño, la gente, las calles, la nieve, todos la esperaban.
Enfundada en un abrigo, gorro, guantes, bufanda y botas, salió. El viento había amainado, la nieve seguía alba, pulcra, sin hollar, sólo sus pasos iban dejando rastros sobre la acera. Pensó en el niño sin cometa - A lo mejor no hay tal niño y es que alguien ha lanzado un deseo al viento - Pasó un autobús, no sabía a dónde iba, pero no le importaba, se subió.
Una joven leía un periódico, dos señoras detrás de ella comentaban despiadadamente sobre sus nueras, una madre con un bebé en un carrito y otro niño de la mano intentaba adentrarse en el autobús, el niño al pasar a su lado la miró y entonces Carmen le hizo una pregunta. - ¿Has perdido una cometa?- El niño le sacó la lengua y siguió empujado por su madre, tres jóvenes vestidos de oscuro con carpetas bajo el brazo - Seguro que son testigos de Jehová - pensó Carmen. Gente anónima y variopinta, gente que la había esperado como la mañana, las calles, la nieve. A Carmen le entraron unas ganas irrefrenables de cantar, pero no de canturrear para sí misma, quería cantar fuerte, alto y se lanzó diciendo - Mi voz es una voz que no consigo callar - y cantó -"Estas son las mañanitas que cantaba el rey Daviiiid" - Se hizo un silencio de cementerio pero Carmen siguió - "Con ese lunar que tienes cielito lindo junto a tu bocaaaa" - Se levantó del asiento sin dejar de cantar y gesticulando animó a la gente a que la secundara, unos segundos más tarde todo el autobús cantaba: - "no se lo des a nadie cielito lindo que a mí me tocaaaa"- La joven del periódico propuso – Cantemos: " Mírala, mírala, mírala, mírala, la Puerta de Alcalá". - Una de las señoras mayores se arrancó con un cuplé -"Pisa morena, pisa con garbo que un relicario..." - La gente que subía al autobús se iba uniendo al improvisado coro. Cuando llegaron a la parada final Carmen se bajó, miró a su alrededor y vio caras sonrientes que con sus miradas le decían:
- Ha merecido la pena esperarte.
Volvió a su casa andando, chapoteando la nieve que ya no era tan blanca, volvía a nevar y apresuró el paso. Al llegar a su casa el teléfono sonaba, era su marido.
- Carmen, cariño, ¿cómo estás, estás más animada?
- Sí, sí estoy muy bien, sólo un poco afónica, quizá haya sido el frío de la mañana.
María Cruz Quintana
01/03/2011
jueves, 17 de marzo de 2011
SOBREMESA
La escena familiar era la de cada domingo. Todos los hijos reunidos para pasar el día juntos y comer en casa. María, la abuela paterna, empezó a recoger los platos de la mesa cuando tropezó con la pata de una de las sillas. Para evitar la caída al suelo, se sujetó de la mesa lo que provocó que toda la vajilla, utensilios y menajes que allí se apoyaban, se movieran bruscamente.
– ¡Ya lo que nos faltaba!– Gritó la botella de Gran Reserva muy enfadada –, caernos de golpe y perder lo poco que nos queda.
–Tampoco ha sido para tanto – Contestó la de Tempranillo sacudiéndose las migas de pan que se le pegaron con el golpe.
–¿Te parece poco? Encima de que se han bebido casi la mitad de mi contenido, que se derrame el que queda – Volvió a gritar con muy mal tono – No basta con que la vieja esta se haya bebido lo que era mío, ahora esté que no sabe cómo ni donde pisa, sino que me puede tirar al suelo ¿Y luego, qué? –Preguntó apuntando con una mano a la ventana – ¿Eh? ¿Luego qué? ¡Al contenedor!
– No seas mal agradecida. Te han sacado para celebrar su aniversario de boda. Además, nunca se sabe, a lo mejor después de este oficio te asignan otro –Trató de ayudar la de Tempranillo – Mira, durante la comida, la nieta pequeña creo que estaba hablando de ti. Decía que necesita decorar una botella para las clases de manualidades del colegio. Con lo estilosa que eres, no creo que te rechace.
– Mejor no trates de ayudarme, ya lo que me faltaba ¡Terminar como florero! Pintada por una niña de ocho años ¡Yo que llevé un Gran Reserva completo en mi interior! No quiero ni imaginármelo. Toda llena de tempera barata y quién sabe si hasta me ponen purpurina ¡Qué ridiculez! –Gritaba como loca llevándose las manos a las sienes.
– Yo no estaría tan preocupada, de verdad. Se reúnen todas las semanas, pero una botella como tú sólo la abren en ocasiones especiales – Dijo la de Tempranillo – Sin embargo, a mí es casi seguro que la semana que viene me quitan lo que me queda ¿Y sabes qué? ¡Estoy loca porque llegue ese momento! A ver si se toman lo que me queda. A mí, esto de los alcoholes me ponen la cabeza que se me salta el corcho.
– ¿Y eso te parece bonito? – Preguntó enarcando las cejas.
– ¡Claro! – Dijo batiendo palmas – Luego seré libre… y a recorrer el mundo. De la mesa a la bolsa de los cristales. De la bolsa al contenedor. Y de ahí al gran camión ¡A viajar! Conoceré otras botellas, otros cristales. Ojalá conociera a una botella de ron, a mí esos caribeños tan subiditos de grados, me encantan – Agregó pestañando con coquetería – Son tan … ¡Ah! ¿Cómo decirte?
– ¿Qué? ¿A un contenedor de gran escala? Pero tu te has puesto a pensar con qué clase de botellas te puedes encontrar allí… no sólo botellas, que ahí echan de todo… cristales, espejos rotos ¡Espejos rotos! – Repitió con los ojos desorbitados – Esa sería la peor de las malas suertes. ¿Te imaginas que me rayen todo el cuerpo? Y el ruido que produce el roce de todos nosotros ¡No lo soporto! Y dónde puedo ir a parar, pasar frío o calor. –Decía quedándose sin aliento – Llevo 3 años guardada en la bodega de esta casa. Allí me sentía segura, con buena temperatura, sin luces molestas ni ruidos. ¿Y ahora? Sin darme cuenta estoy metida en medio de una fiesta, con un escándalo insoportable, todo el mundo hablando de lo suyo y a nadie le importa lo que me pueda suceder después de este día. Encima la abuela medio borracha.
– ¿Medio borracha? – Preguntó la de Tempranillo – Yo creo que está borracha y media. Lo que pasa es que esta señora tiene una maestría en excesos y sabe cómo moverse para que los demás no noten su estado. Además, como ya es tan mayor normalmente camina tambaleándose, así que ni se enteran – Agregó tapándose la boca para disimular la risilla.
– ¡Por Dios! Ahora mismo daría lo que sea por que me regresen a la estantería. Mejor la soledad a seguir oyendo tus tonterías – Seguía lamentándose la Gran Reserva – ¿Tú no estarás delirando o borracha?
– Puede ser. A ver, guapa ¿Qué tengo en el interior? –Preguntó la de Tempranillo estallando en una sonora carcajada y llevándose las manos a la barriga.
La botella de Gran Reserva se giró con gesto de querer ignorar a la de Tempranillo. Definitivamente, su compañera de mesa no la entendía. No veía las cosas desde su punto de vista.
– Así le irá en la vida – Pensó – No tendrá perspectiva de futuro. Una nace para lo que nace. A esta le daría igual terminar llena de aceite usado en la fritura. La sola idea de que se termine lo que tengo me asusta. Con lo bien que estaba guardada con mi precinto.
– ¡Ay! Cuando me quitaron el tapón, me dio una alegría –Apuntó la de Tempranillo como adivinando los pensamientos de su nueva amiga – Ya no recuerdo cuánto tiempo estuve en la fábrica donde me hicieron, es decir que no sé cuándo nací, luego otro tanto en la vinícola. Seis meses en el almacén del supermercado, 28 días en la estantería de la zona de licores y bebidas espirituosas – dijo haciendo una reverencia y alargando la S final – Y luego tres días en la cocina de esta casa ¡Ya está bien! Libertad. Li- ber – tad – Seguía diciendo con los ojos cerrados abriendo los brazos y moviendo las manos como quien vuela.
– No, esto no me está sucediendo a mí. ¿Cuántas botellas de lo que sea, incluso algún Tetra-Brick daría su vida por estar aquí conmigo? Y me toca a mí de compañera una botella que está mal de la cabeza – Decía la Gran Reserva en voz baja y cerrando los puños y los ojos.
– Pero cambia esa cara… evidentemente has sido la preferida de los señores durante la comida. A mí apenas me han hecho caso los jóvenes, y de mala gana. Como para decir que han tomado algo – Dijo la Tempranillo tratando de animar a su amiga – A mí no se me acaba el mundo… aunque sí el vino – Agregó guiñándole un ojo a su amiga.
–Es que no se podía esperar menos ¿Es que, acaso, no sabes con quién estás hablando? Yo soy una Gran Reserva su nombre lo dice… Reserva, “Que hay que guardar”, pero mira lo que han hecho estos conmigo. Se han bebido mi contenido ¿y ahora qué? – Se preguntaba desesperada – ¿Ahora qué? ¡Dime! No soy más que una botella medio vacía –Agregó con lágrimas en los ojos.
– Pero ye te veo medio llena –respondió la Tempranillo ladeando la cabeza y frunciendo el seño, como si no entendiera de qué le hablaba su compañera.
En ese momento de la conversación, la abuela cogió por el cuello las dos botellas y dijo a sus familiares:
–El martes cumple años Juan –Haciendo un esfuerzo por mantener el tipo agregó –¿Con cuál celebramos – Preguntó levantado una botella en cada mano.
– A mí dadme vinito del bueno ¿Vale? – Contestó Juan –El Tempranillo dejadlo por ahí y que se lo “fundan” los chicos esta noche.
Al escuchar esto, una de las botellas no podía contener su emoción y se abrazaba a sí misma de alegría, mientras que a la otra le corría un sudor frío por la etiqueta.
sábado, 12 de marzo de 2011
Alameda de la Sal
jueves, 3 de marzo de 2011
La Charolesa
ANILLOS DE NEWTON
Pasó la página de Económicas y allí estaba. La vieja escuela del pueblo. Se quedó mirándola fijamente y vio que, a pesar de los años, el viejo edificio conservaba su encanto. Ese aura mágica con que siempre la recordaba seguía intacto aunque ya no revolotearan niños en el patio ni se oyeran sus chillidos alegres durante el recreo. Casi 60 después la escuela volvía a ser noticia.
Bajó la mirada hasta el pie de foto y leyó el texto. -“Otra vez lo mismo”- pensó – “Sota, Caballo y Rey. La vida no es más que eso, una serie de sucesos que, en esencia, siempre tiene un denominador común”. Volvió a repasar la imagen en el periódico y se detuvo en las ventanas de la escuela. Entre los reflejos de los cristales parecía formarse la silueta de varios niños correteando. ¿Acaso éste no sería Mario corriendo detrás de aquella cometa? Una cometa de cuatro colores y con forma de rombo que le había hecho su padre y a la que le había agregado una cola con lazos de trapo para darle más fuerza y estabilidad al hacerla volar. Pobre muchacho. Tanto que corrió para hacerla subir al cielo que al final subió él más que ella. Corría, corría y corría sin quitar la vista del cielo. Hasta que tropezó con aquella piedra y fue el final de su historia.
Chasqueó con los labios como lamentándose por aquel suceso a la vez que, con el dedo índice, trazaba las siluetas de las ventanas sobre la foto. “Sota, Caballo y Rey”,- Pensaba- lo mismo le pasó a su padre 3 meses después. Pero esta vez no se cayó él sino que lo tiraron al suelo y lo abatieron a balazos y el que no disparó su arma, lo remató a cultazos. Pobre hombre. Cuando vinieron esos matones desalmados estaba tendiendo la ropa en su casa, que quedaba entre la escuela y la iglesia del pueblo. Desde mi habitación, se pudo oír cómo le gritaron “rojo de mierda” antes de sonar el primer disparo. Los demás vecinos siempre sospecharon que fue César, su cuñado, quien lo acusó. Los escucharon discutir dos días antes del suceso. Si no se metía con nadie, decían los vecinos, no hablaba con nadie. Desgraciado, traicionero. Por unas pocas pesetas vender su alma y haber mentido de esa manera. Si nunca se le vio metido en revueltas, ni siquiera tenía una ideología política. Y César tampoco… Sota, Caballo y Rey. Dos que son iguales, uno que traiciona y otro que es traicionado”.
Levantó la vista de su lectura para dar descanso a sus pensamientos. A sus 85 años se agobiaba fácilmente con cualquier tipo de lectura. Vio un par de niños correteando por el parque y la escena se le pareció tanto a lo que acababa de “visualizar” en los cristales de la escuela abandonada, que no pudo contener un suspiro. “Y otra vez, vuelta a empezar”- Pensó- “Espero que éstos dos no encuentren piedras en su camino”. Volvió a mirar la noticia del periódico y esta vez se centró en el texto que apoyaba el reportaje. En él se podía leer: “La policía de Garrovillas encontró el cuerpo de una mujer enterrado en la nieve, en el jardín delantero de la vieja escuela del pueblo. El cadáver tenía marcas de violencia y varias puñaladas en el abdomen”. “Si ya lo sabía yo” – pensó – “tarde o temprano se repetiría. Aquella vez cerraron el recinto porque encontraron el cadáver de una de las religiosas enterrado en el patio, donde antiguamente estaba la alberca. Llenaron el foso con tierra e incluso plantaron algunos arbustos para que diera continuidad al resto del paisaje. Creo recordar que fue uno de los alumnos de cuarto de primaria quien empezó a cavar en la tierra, jugando a hacer túneles y carreteras. Tanto excavó hasta que dio con la mano de la difunta. Fue entonces cuando llamaron a la policía y removieron todo el terreno y la encontraron. Aunque todas las religiosas se presentaron ante el juez, ninguna prestó declaración. El niño también fue interrogado en compañía de su padre, pero nunca se supo qué declaró ni qué le preguntaron. Por suerte para la congregación, el obispo del pueblo intervino rápidamente y el tema que se quedó en silencio. El silencio de la policía a cambio de que abandonaran aquella casa y aquel pueblo. Creo recordar que le dieron un plazo de tres meses para que cerraran la escuela y se fueran de allí.
Desde entonces todo era tristeza, no solo las monjas estaban tristes. También los alumnos. Algunos ya no jugaban más en el patio. Otros ya no construían nada en la tierra sino que corrían tras las cometas en el empedrado frontal del edificio… Sota, Caballo y Rey.
Suspiró, levantó la vista a la parte superior del periódico. Vio la fecha, 7 de mayo de 2010. Cerró el periódico y lo puso sobre sus rodillas. Se quedó absorta mirando nada en especial. “Está nevando en mayo”-pensó- Se ajustó el abrigo a la cintura y luego se levantó del banco en que leía. Se subió el cuello para protegerse del viento. Dio unos pocos paso y se giró a mirar el periódico que dejó abandonado en el asiento. “Igual que hace 62 años, cuando me obligaron a dejar los hábitos”. Y seguía repitiéndose: Sota, Caballo y Rey.