jueves, 31 de marzo de 2011

La Blackberry.-


La Blackberry.-

Pocos minutos antes de la reunión que teníamos cada viernes para rendir cuentas  de cómo había ido la marcha del negocio durante la semana, Federico  recibió un mensaje en su Blackberry, lógicamente no  pudo resistirse a abrirlo de inmediato.
 
Nunca esta maquinita le había sido de tanta ayuda como aquel día, que solía  ser el que D. Anselmo elegía, para dar las malas noticias y así amargar los fines de semana al prójimo. Ésta vez el correo decía lo siguiente:

“El martes día 15 de los cttes., a las 11 horas le esperamos en nuestras oficinas de la calle  Silva nº 21 en Madrid, para cerrar con Vd., el contrato de trabajo “

— ¿Qué tal Federico, como han ido las ventas en el departamento esta semana? Hace algún tiempo que no tenemos ninguna buena noticia.

—Verá D. Anselmo. Que quiere que le diga. Como siempre. ¿Es que todavía no se ha enterado Vd.,  de como está el mercado? “Federico pensó que si esta vez traspasaba el límite de lo tolerable, no sabría si iba a ser capaz de aguantar o mandarle a la mierda de una vez por todas”.

—Pues verá Federico ya que me lo pone tan fácil, le diré que aquí no estamos para quedarnos cruzados de brazos ni Vd., ni yo y que las leyes del mercado se cambian con un sobreesfuerzo si es preciso, o no se ha dado cuenta de que, de ésta empresa viven un montón de familias, que comen todos los días.

—“Federico agachó la cabeza y durante unos instantes se quedo pensando si realmente merecía la pena contestarle o no”, pero no le estaba dando ninguna opción, al momento D. Anselmo volvía a la carga de nuevo diciendo:

—Si por lo que le pagan me va a seguir diciendo las mismas cosas, no me va a quedar más remedio que tomar alguna determinación, ¿acaso no se le ocurre otra cosa?

—No sé bien lo que quiere decir, pero  parece que es el momento de buscar alguna solución al caso. Estoy ansioso por oír lo que desea contarme.

—Exactamente eso que está pensando. -Está Vd. despedido.

—Pues no le va a quedar más remedio que esperar hasta el miércoles para que mis abogados analicen las condiciones que me va a proponer para mi marcha, entonces ya le diré si me parece bien o si piensan emprender algún tipo de acción legal contra Vds., antes de ultimar mi marcha de la empresa.

—Creo que entre nosotros no hay mucho más que hablar, me acaba de dejar muy claro lo que se podía esperar de Vd., en caso de haber querido alargar más esta situación.

—Yo también desde hace algún tiempo venia pensando más o menos lo mismo, que algo había que hacer. Espero el finiquito y ya le diré lo que mis abogados me indiquen. Buenas tarde. 

—Buenas tardes.
 
Federico salió del despacho dando palmas con las orejas y hasta haciendo unos saltitos de claqué por la calle. Ese viernes saldría a cenar con su mujer a un buen restaurante. Gracias a la Blackberry iban a cobrar una suculenta indemnización, al tiempo que le comunicaban los detalles de las condiciones de su nuevo puesto de trabajo.

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Rafael Moreno Horcajada

martes, 29 de marzo de 2011

Akira.-

Akira.-

Verdaderamente el Tsunami en Tokio había desencadenado una tragedia de consecuencias inimaginables y si bien es cierto que el drama  era un hecho, con desapariciones de pueblos enteros con miles de habitantes y  considerables daños materiales que la riada se había llevado; aún quedaba por comprobar el alcance de las consecuencias nucleares que no habían podido ser evaluadas en su totalidad, hasta que hubiesen finalizado las continuas explosiones que se seguían   produciendo en los reactores de las centrales nucleares ubicadas en Fukushima.

En la vieja Europa había saltado la alarma. Akira un brillante analista informático de la Toyota se encontraba al borde de la desesperación, decidió acudir de inmediato a la embajada del país en que se  encontraba trabajando, para ver si le podían  informar  acerca de la situación de su familia en Tokio.

Nada más llegar vio que, una amable compatriota  se encontraba en el mostrador dando información de los acontecimientos recientemente acaecidos en Japón, a las personas que  la rodeaban.

—Buenos días, perdone señorita, mi padre trabaja en la central nuclear de Fukushima y toda mi familia está en Japón. ¿Quién me podría comunicar con alguien de allí?

—Un compañero mío consiguió comunicarse con ellos por Skype hace un rato,  hasta que estalló el 2º reactor de la central.

 —En mi empresa nos ha sucedido algo parecido, yo trabajo en la Toyota y por eso  he venido hasta aquí, ¿me permite subir hasta donde se encuentra el despacho de su compañero?



—Espere aquí un momento que  lo consulto - al momento volvió  con un gesto de marcada preocupación y dirigiéndose a Akira, le dijo.- Imposible hablar con ninguno de mis compañeros de arriba por el momento, se palpa una tensión tremenda, me comentan que se han perdido todas las comunicaciones con Tokio, están tratando de recomponer otra ruta de acceso desde otra provincia o desde  el propio ministerio de información, para poder llegar a la Central Nuclear.  Lo último que se ha podido saber, es que todo iba de mal en peor.

—Escúcheme por favor, se trata de saber algo acerca de cómo se encuentra mi familia, comprenderá que no voy a quedarme aquí cruzado de brazos.

—De verás que lo siento, pero, yo me encuentro en su misma situación. Mi familia también esta en paradero desconocido de momento

—Verá Vd., no sé si estoy perdiendo el tiempo aquí o si sería más acertado hablar con las autoridades de este país. A estas alturas seguro que alguien estará intentando fletar algún avión ¿tampoco saben ustedes nada al respecto?     

En tanto, en el vestíbulo de la embajada todo era un río de especulaciones, unos por un lado decían:

—La evaluación del conflicto nuclear de Fukushima  a nivel mundial, no debiera darse por  acabada.

—A pesar de la gran tragedia del Tsunami, todavía no se han detectado fugas contaminantes sobre la población, bien podría pensarse que la energía nuclear no es tan peligrosa en realidad.

—Deberíamos esperar algún tiempo para determinar el camino correcto a seguir en cuanto a qué políticas energéticas adoptar. De otro modo habría que interpretarlo como pura demagogia o como oportunismo político.   

Llegados a éste punto, desde la planta superior de la embajada,  megáfono en mano, el propio embajador trataba de reconducir el caos hasta que volvieron  a tomar la palabra una vez que se hubieron aplacado los ánimos.

—Calma señoras y señores, les tendremos informados puntualmente de cuanto vaya  sucediendo.

—Yo he venido hasta aquí en la confianza de que alguna ayuda podrían ofrecerme, pero veo que son todos una pandilla de inútiles.

—Oiga, perdone  pero no voy a consentirle aquí, que hable de ese modo.

—No se preocupe, ahora mismo me voy en la confianza de que mis compatriotas en Japón, puedan estar actuando con mayor diligencia. Adiós.

—Adiós Sr., le deseo que todo le vaya bien a su familia (y también a la mía)
-dijo Yushico, al tiempo que dejaba caer una lagrima por su mejilla.

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Rafael Moreno Horcajada

lunes, 21 de marzo de 2011

LA FOTO

El hotel en que estaba instalado era lo mejor que quedaba en aquel pueblo polvoriento. Todavía no había amanecido pero Rafael ya estaba en pie. Sin encender la única bombilla que había en la habitación, con cautela miró por la ventana los fogonazos de los disparos que iluminaban de cuando en cuando una esquina donde un pequeño muro quedaba en pie. Porque aquel pueblo estaba prácticamente destruido, parecía un simulacro de la realidad, un escenario trágico. Rafael había llegado allí enviado por su periódico, nunca había querido cobijarse detrás de la mesa de un despacho o haciendo fotos de crónicas sociales. Él era periodista y fotógrafo de la realidad más descarnada, algunas de sus fotos habían dado la vuelta al mundo pero él siempre sentía un desgarro ante esas fotos de niños sin lágrimas, carentes de fuerzas y futuro.

Era su último día en esa ciudad, por la noche volvería a casa en un avión que transportaba a los soldados heridos. A casa, a casa, Rafael tenía muchas casas, en cada misión tenía una casa, pero mañana estaría en su casa donde la soledad melancólica no existía. Allí estaban Alicia y su pequeña hija. Habían pasado seis meses desde que se fue y estaba contento, muy contento de volver a abrazarlas, tenía nostalgia de ellas, del olor a café recién hecho y pan tostado que inundaba la casa por las mañanas. Tenía que desintoxicarse de los sonidos sordos de los disparos, de la visión imparable del desastre. Sabía que al cabo de un mes volvería pero estos treinta días los disfrutaría, ya empezaba a disfrutarlos. En unas horas habría pasado de un paisaje de desolación al verde de su tierra, con las casas entre árboles, cambiaría el olor a pólvora por el olor de las jaras. Se sentía feliz, había hablado con su mujer, había oído respirar a su hija que seguramente chupeteaba el teléfono. Su jefe estaba muy satisfecho con su trabajo, y él ... él tenía costras en el alma, restos de las heridas que había sufrido estos meses, pero sobre ellas estaba es mes en el que iba a enterrar recuerdos del pasado inmediato.

Le sobresaltó el timbre de su móvil, tantos días mudo, tenía un mensaje de su hermano: “Oposiciones en el bote, te esperamos con mariscada. Te queremos, hasta mañana, Lucas”. A Rafael se le humedecieron los ojos. Agustín había sacado las oposiciones en las que tanto esfuerzo había puesto, seis años encerrado en una habitación rodeado de temarios. Ya no le podía pedir más a la vida, imaginó a sus padres eufóricos. Mañana los abrazaría a todos. Mañana, pero hoy tenía que hacer su trabajo. Cogió la mochila, las máquinas de fotos, el casco, el chaleco antibalas con su identificación de PRENSA como escudo y salió a la calle. Todavía no había amanecido pero una bruma gris anunciaba la salida del sol. Apostado entre los escombros, agachado iba avanzando, quería llegar a la zona donde los fogonazos le indicaban que allí estaba la noticia, la foto. En esos momentos siempre pensaba que no quería entender nada, ni entender el mundo porque era inútil, él sólo quería dar testimonio de lo incomprensible.

Durante horas fue tomando instantáneas de mujeres y hombres corriendo sin concierto, de perros que hambrientos escarbaban entre los escombros; la vida, o mejor, la muerte volvía a las calles. Divisó a lo lejos a un compañero francés que en ese momento enfocaba con su cámara a un hombre en bicicleta que transportaba un mugriento colchón. Arriesgaba su vida entre ráfagas de disparos por un colchón. Nada allí tenía sentido.

La mirada de Rafael recorrió la calle y se detuvo en la figura pequeña de un niño que manos en alto daba vueltas sobre sí mismo sin saber hacia donde ir. De vez en cuando paraba y miraba buscando un lugar. Era una buena foto, sucio, descalzo, apenas cubierto con un harapo, si se acercaba un poco vería su cara, seguro que sería una máscara del miedo. A los pocos segundos un perro se acercó al niño y le lamió los pies. El niño, inmóvil. Era la foto de las que dan la vuelta al mundo, de la de Pulitzer. De pronto una lluvia de balas empezó a caer sin piedad. Rafael dejó la mochila y las máquinas de fotos y corrió hacia el niño, lo cogió por la cintura y comenzó a retroceder. De pronto sintió un fuerte dolor en el muslo, como si una flecha de fuego le hubiera atravesado, iba dejando un reguero rojo, viscoso, abundante, siguió arrastrándose sin soltar al niño. Rodó hacia una zanja y lo protegió con su cuerpo. La sangre salía con la velocidad de los rápidos de un río; la laxitud y cierto bienestar lo estaban invadiendo.

Una hora después el fotógrafo francés pudo cruzar la calle. Rafael tenía los ojos abiertos sin mirada, en medio de un enorme charco de sangre, el niño sentado a su lado le había cogido la mano y canturreaba al tiempo que balanceaba su cuerpo rítmicamente. El francés se agachó y con respeto cerró los ojos de su compañero. Después cogió su máquina, enfocó a Rafael y al niño e hizo LA FOTO.

María Cruz Quintana

03/06/2010

domingo, 20 de marzo de 2011

LA ESPERABAN

Carmen tumbada en la cama miraba al techo. ¿Qué hora sería? Una luz incipiente entraba por la ventana, apagada y débil como su ánimo aquella mañana. Le hubiera gustado no haberse despertado, era uno de esos días en que necesitaba que el sueño la apartara de la realidad. Su psiquiatra el día anterior le había propuesto que hiciera balance de las circunstancias positivas que tenía alrededor. Carmen había llegado a la conclusión de que las cosas buenas eran más que las negativas, que su realidad era codiciable, deseable. Su marido la quería, sus hijos la querían, sus amigos la querían y ella también se quería. Se levantó y miró por la ventana, había nevado, una ligera capa de nieve cubría la calle y los coches aparcados, la abrió y un aire frió y seco entró y le hizo reaccionar.-Tu marido de viaje, tus hijos con sus familias. ¡A la calle que ya es hora! Te espera la gente, el aire helado, el chapoteo de la nieve, te espera la mañana. No te puedes quedar en la cama y ser tú la que espera porque nadie va a venir a rescatarte - Cerró la ventana y vio cómo una cometa se elevaba anárquica, oscilando y balanceándose a merced del viento, quizá también la esperaba algún niño afligido por su pérdida. La mañana, el niño, la gente, las calles, la nieve, todos la esperaban.

Enfundada en un abrigo, gorro, guantes, bufanda y botas, salió. El viento había amainado, la nieve seguía alba, pulcra, sin hollar, sólo sus pasos iban dejando rastros sobre la acera. Pensó en el niño sin cometa - A lo mejor no hay tal niño y es que alguien ha lanzado un deseo al viento - Pasó un autobús, no sabía a dónde iba, pero no le importaba, se subió.

Una joven leía un periódico, dos señoras detrás de ella comentaban despiadadamente sobre sus nueras, una madre con un bebé en un carrito y otro niño de la mano intentaba adentrarse en el autobús, el niño al pasar a su lado la miró y entonces Carmen le hizo una pregunta. - ¿Has perdido una cometa?- El niño le sacó la lengua y siguió empujado por su madre, tres jóvenes vestidos de oscuro con carpetas bajo el brazo - Seguro que son testigos de Jehová - pensó Carmen. Gente anónima y variopinta, gente que la había esperado como la mañana, las calles, la nieve. A Carmen le entraron unas ganas irrefrenables de cantar, pero no de canturrear para sí misma, quería cantar fuerte, alto y se lanzó diciendo - Mi voz es una voz que no consigo callar - y cantó -"Estas son las mañanitas que cantaba el rey Daviiiid" - Se hizo un silencio de cementerio pero Carmen siguió - "Con ese lunar que tienes cielito lindo junto a tu bocaaaa" - Se levantó del asiento sin dejar de cantar y gesticulando animó a la gente a que la secundara, unos segundos más tarde todo el autobús cantaba: - "no se lo des a nadie cielito lindo que a mí me tocaaaa"- La joven del periódico propuso – Cantemos: " Mírala, mírala, mírala, mírala, la Puerta de Alcalá". - Una de las señoras mayores se arrancó con un cuplé -"Pisa morena, pisa con garbo que un relicario..." - La gente que subía al autobús se iba uniendo al improvisado coro. Cuando llegaron a la parada final Carmen se bajó, miró a su alrededor y vio caras sonrientes que con sus miradas le decían:

- Ha merecido la pena esperarte.

Volvió a su casa andando, chapoteando la nieve que ya no era tan blanca, volvía a nevar y apresuró el paso. Al llegar a su casa el teléfono sonaba, era su marido.

- Carmen, cariño, ¿cómo estás, estás más animada?

- Sí, sí estoy muy bien, sólo un poco afónica, quizá haya sido el frío de la mañana.

María Cruz Quintana

01/03/2011

jueves, 17 de marzo de 2011

SOBREMESA

La escena familiar era la de cada domingo. Todos los hijos reunidos para pasar el día juntos y comer en casa. María, la abuela paterna, empezó a recoger los platos de la mesa cuando tropezó con la pata de una de las sillas. Para evitar la caída al suelo, se sujetó de la mesa lo que provocó que toda la vajilla, utensilios y menajes que allí se apoyaban, se movieran bruscamente.

– ¡Ya lo que nos faltaba!– Gritó la botella de Gran Reserva muy enfadada –, caernos de golpe y perder lo poco que nos queda.

–Tampoco ha sido para tanto – Contestó la de Tempranillo sacudiéndose las migas de pan que se le pegaron con el golpe.

–¿Te parece poco? Encima de que se han bebido casi la mitad de mi contenido, que se derrame el que queda – Volvió a gritar con muy mal tono – No basta con que la vieja esta se haya bebido lo que era mío, ahora esté que no sabe cómo ni donde pisa, sino que me puede tirar al suelo ¿Y luego, qué? –Preguntó apuntando con una mano a la ventana – ¿Eh? ¿Luego qué? ¡Al contenedor!

– No seas mal agradecida. Te han sacado para celebrar su aniversario de boda. Además, nunca se sabe, a lo mejor después de este oficio te asignan otro –Trató de ayudar la de Tempranillo – Mira, durante la comida, la nieta pequeña creo que estaba hablando de ti. Decía que necesita decorar una botella para las clases de manualidades del colegio. Con lo estilosa que eres, no creo que te rechace.

– Mejor no trates de ayudarme, ya lo que me faltaba ¡Terminar como florero! Pintada por una niña de ocho años ¡Yo que llevé un Gran Reserva completo en mi interior! No quiero ni imaginármelo. Toda llena de tempera barata y quién sabe si hasta me ponen purpurina ¡Qué ridiculez! –Gritaba como loca llevándose las manos a las sienes.

– Yo no estaría tan preocupada, de verdad. Se reúnen todas las semanas, pero una botella como tú sólo la abren en ocasiones especiales – Dijo la de Tempranillo – Sin embargo, a mí es casi seguro que la semana que viene me quitan lo que me queda ¿Y sabes qué? ¡Estoy loca porque llegue ese momento! A ver si se toman lo que me queda. A mí, esto de los alcoholes me ponen la cabeza que se me salta el corcho.

– ¿Y eso te parece bonito? – Preguntó enarcando las cejas.

– ¡Claro! – Dijo batiendo palmas – Luego seré libre… y a recorrer el mundo. De la mesa a la bolsa de los cristales. De la bolsa al contenedor. Y de ahí al gran camión ¡A viajar! Conoceré otras botellas, otros cristales. Ojalá conociera a una botella de ron, a mí esos caribeños tan subiditos de grados, me encantan – Agregó pestañando con coquetería – Son tan … ¡Ah! ¿Cómo decirte?

– ¿Qué? ¿A un contenedor de gran escala? Pero tu te has puesto a pensar con qué clase de botellas te puedes encontrar allí… no sólo botellas, que ahí echan de todo… cristales, espejos rotos ¡Espejos rotos! – Repitió con los ojos desorbitados – Esa sería la peor de las malas suertes. ¿Te imaginas que me rayen todo el cuerpo? Y el ruido que produce el roce de todos nosotros ¡No lo soporto! Y dónde puedo ir a parar, pasar frío o calor. –Decía quedándose sin aliento – Llevo 3 años guardada en la bodega de esta casa. Allí me sentía segura, con buena temperatura, sin luces molestas ni ruidos. ¿Y ahora? Sin darme cuenta estoy metida en medio de una fiesta, con un escándalo insoportable, todo el mundo hablando de lo suyo y a nadie le importa lo que me pueda suceder después de este día. Encima la abuela medio borracha.

– ¿Medio borracha? – Preguntó la de Tempranillo – Yo creo que está borracha y media. Lo que pasa es que esta señora tiene una maestría en excesos y sabe cómo moverse para que los demás no noten su estado. Además, como ya es tan mayor normalmente camina tambaleándose, así que ni se enteran – Agregó tapándose la boca para disimular la risilla.

– ¡Por Dios! Ahora mismo daría lo que sea por que me regresen a la estantería. Mejor la soledad a seguir oyendo tus tonterías – Seguía lamentándose la Gran Reserva – ¿Tú no estarás delirando o borracha?

– Puede ser. A ver, guapa ¿Qué tengo en el interior? –Preguntó la de Tempranillo estallando en una sonora carcajada y llevándose las manos a la barriga.

La botella de Gran Reserva se giró con gesto de querer ignorar a la de Tempranillo. Definitivamente, su compañera de mesa no la entendía. No veía las cosas desde su punto de vista.

– Así le irá en la vida – Pensó – No tendrá perspectiva de futuro. Una nace para lo que nace. A esta le daría igual terminar llena de aceite usado en la fritura. La sola idea de que se termine lo que tengo me asusta. Con lo bien que estaba guardada con mi precinto.

– ¡Ay! Cuando me quitaron el tapón, me dio una alegría –Apuntó la de Tempranillo como adivinando los pensamientos de su nueva amiga – Ya no recuerdo cuánto tiempo estuve en la fábrica donde me hicieron, es decir que no sé cuándo nací, luego otro tanto en la vinícola. Seis meses en el almacén del supermercado, 28 días en la estantería de la zona de licores y bebidas espirituosas – dijo haciendo una reverencia y alargando la S final – Y luego tres días en la cocina de esta casa ¡Ya está bien! Libertad. Li- ber – tad – Seguía diciendo con los ojos cerrados abriendo los brazos y moviendo las manos como quien vuela.

– No, esto no me está sucediendo a mí. ¿Cuántas botellas de lo que sea, incluso algún Tetra-Brick daría su vida por estar aquí conmigo? Y me toca a mí de compañera una botella que está mal de la cabeza – Decía la Gran Reserva en voz baja y cerrando los puños y los ojos.

– Pero cambia esa cara… evidentemente has sido la preferida de los señores durante la comida. A mí apenas me han hecho caso los jóvenes, y de mala gana. Como para decir que han tomado algo – Dijo la Tempranillo tratando de animar a su amiga – A mí no se me acaba el mundo… aunque sí el vino – Agregó guiñándole un ojo a su amiga.

–Es que no se podía esperar menos ¿Es que, acaso, no sabes con quién estás hablando? Yo soy una Gran Reserva su nombre lo dice… Reserva, “Que hay que guardar”, pero mira lo que han hecho estos conmigo. Se han bebido mi contenido ¿y ahora qué? – Se preguntaba desesperada – ¿Ahora qué? ¡Dime! No soy más que una botella medio vacía –Agregó con lágrimas en los ojos.

– Pero ye te veo medio llena –respondió la Tempranillo ladeando la cabeza y frunciendo el seño, como si no entendiera de qué le hablaba su compañera.

En ese momento de la conversación, la abuela cogió por el cuello las dos botellas y dijo a sus familiares:

–El martes cumple años Juan –Haciendo un esfuerzo por mantener el tipo agregó –¿Con cuál celebramos – Preguntó levantado una botella en cada mano.

– A mí dadme vinito del bueno ¿Vale? – Contestó Juan –El Tempranillo dejadlo por ahí y que se lo “fundan” los chicos esta noche.

Al escuchar esto, una de las botellas no podía contener su emoción y se abrazaba a sí misma de alegría, mientras que a la otra le corría un sudor frío por la etiqueta.

sábado, 12 de marzo de 2011

Alameda de la Sal

Jamás le había sucedido una cosa semejante; eran ya como quince o veinte minutos los que llevaba dando vueltas con su automóvil, sin saber  hacia donde se dirigía. La salida del último pueblo por el que hubo pasado, no indicaba ninguna dirección de destino y ahora se encontraba perdido; estaba empezando a anochecer, amenazaba niebla cerrada; solamente pensaba en encontrar alguna señal que le ayudara a ver como poder orientarse; - una estación de servicio donde preguntar, una carretera general, algún cartel -. Pensó que en el peor de los casos, no llevaría más que veinte o treinta kilómetros, desde que abandono el desfiladero de Pancorbo, sin saber desde entonces, si se dirigía hacía Burgos, hacía  Vitoria o hacía  Santander. Se encontraba metido en un despropósito inesperado, que de alguna manera tendría que solventar.

Finalmente alcanzó a divisar unas luces a lo lejos, ¿De que pueblo se trataría? al llegar pudo ver que a la entrada, tampoco había ningún cartel con la indicación del  lugar  donde se encontraba.

Tras atravesar el  puente de piedra, sobre un pequeño río, se dirigió hacia el centro del pueblo, comenzó a deambular. Lo que primero atrajo su atención, fue que allí, no había ni un alma por la calle; todas las casas se encontraban cerradas a cal y canto. La iglesia también estaba cerrada con una enorme cancela que junto a una higuera, daban a la plaza. Una fuente de piedra de granito, resaltaba en el mismo centro con sendas cabezas de león talladas a la usanza granadina y dos caños en sus bocas, de donde salía el agua a borbotones. En su mente, de manera confusa, empezaron a aparecer, recuerdo tras recuerdo. El reloj de la iglesia, marcaba las ocho de la tarde, había oscurecido del todo y a pesar de la intensa niebla pudo apreciar que detrás de la iglesia estaba el viejo frontón y al fondo, la era,  enorme. Se dirigió hacia allí con su vehiculo para  aparcarlo, justo al lado.



No se atrevía a salir del coche, pero, finalmente lo hizo. Comenzó a andar por uno de los caminos que se dirigía hacia la chopera, al fondo, se vislumbraba una pequeña luz. Siguió unos cinco minutos más, recordó que por allí debía estar el matadero del pueblo, aunque tampoco había nadie,  sin embargo poco a poco todo le iba resultando familiar.

La ligera brisa del viento de otoño, sonaba sobre los álamos del rió; sintió miedo, en su desandar acelerado;  no le seguía nadie. Un sudor frío recorría sus sienes. No sabía bien hacia dónde dirigirse; estaba en el mismo centro y aquello no parecía ser demasiado grande. En un tan antiguo como barroco cartel de la plaza,  ponía “Bar-Restaurante “; llamó insistentemente pero nadie  contestó. Se acomodó en un banco que había en una especie de soportal, no sabiendo si permanecer allí hasta el día siguiente o salir corriendo por el camino por donde había venido; optó por lo primero, pero,  le pareció que en El Estanco, había una pequeña bombilla encendida, justo al otro lado de la plaza, desde donde alguien le estaba  observando.

Salió corriendo hacia la puerta de entrada; también estaba cerrada, comenzó a golpear con energía, aunque nuevamente, nadie salió a abrirle - ¿se habría convertido éste lugar en un pueblo fantasma? – se dijo.

La sensación iba pareciéndole cada vez más deprimente, empezó a caminar hacia la era, sin apenas luz, tras una espesa niebla, a lo lejos, se oían unos aullidos como de lobos, que a punto estuvieron de dejarle paralizado. Una vez junto al coche sacó las llaves de su bolsillo, se metió dentro, cerró todas las puertas y se quedó profundamente dormido.

El resplandor del sol de la mañana y el tañer de las campanas, le despertaron, en el cielo los buitres planeaban en un vaivén circular desde una cueva, hacia un castillo. Iban por docenas. Ya no tuvo ninguna duda, de donde se encontraba, se trataba del pueblo en que había pasado un verano, con sus tíos. Fue  durante su juventud primera, hacía ya más de cincuenta años y allí fue donde había conocido  su primer amor.

Arrancó su vehiculo, nervioso, pero algo más confiado, faltó  poco para que de la emoción, arrollara a un pequeño grupo de mujeres madrugadoras que venían del río con unas cantaras y cubos en la cabeza, donde se colocaban una especie de rollos de tela circulares para amortiguar los vaivenes de su contoneo; su configuración achaparrada, se podía pensar que era debido al peso de su caminar diario, a por el agua.

A diferencia, con el día anterior esta vez el pueblo si parecía tener vida y luz. El bar de la plaza estaba abierto y a pesar de lo temprano de la hora,  ya se encontraba bastante poblado, deseaba saber si aún andarían por ahí  el Sr. Párroco, la Sra. Tomasa, Epifanio (el de la calle por donde solían pasar las acémilas para la dula). Sin dudarlo más, entró a desayunar, los vecinos parecían encontrarse en sus quehaceres como si nada hubiera sucedido, acerca de “la visión fantasmagórica”  que parecía haber tenido,  durante la noche anterior. No le quedo más remedio que atribuirlo, a que todo se había tratado de una pesadilla durante alguna de sus cabezadillas en el automóvil, producto de su cansancio.

Al cabo de un pequeño rato en el local, se percató que estaba siendo observado por un parroquiano, desde el lado extremo de la barra, preguntó al  dueño del bar, si sabia de quien se trababa.

-Es Víctor el estanquero – le contestó con parquedad.
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Rafael Moreno Horcajada

jueves, 3 de marzo de 2011

La Charolesa

Conocí a la Charolesa el 23 de Febrero de 2011, no sé bien  si cuanto allí sucedió,  podría haber ocurrido en cualquier otra de las  fechas en los  treinta años en que nos veníamos reuniendo ó incluso en algún otro día  que no hubiera sido un 23 II, lo cierto es que bien podía tratarse de una predestinación.

Aquella tarde confluyeron una serie de aspectos poco comunes, nada tuvo que ver con lo que  venía sucediendo en  años anteriores  donde generalmente solía aparecer una voz que no conseguía hacer callar; pasaba a menudo en este tipo de reuniones más o menos tumultuosas.

Todo empezó como cualquier otro día, quizás algo más animado en el tono de la conversación durante la comida.

-Pues yo creo que la Red Social es una buena película de las que hay que ver.

-Sin duda, pero a mi no gusta su aportación sobre una serie de aspectos de la sociedad  que se están manipulando; votaciones para ganar los oscar ó cualquier otro concurso; conflictos en los países árabes; en fin, aborregamiento generalizado y perdida en esencia de la libertad de la persona.

-Bueno, pero si todavía no la has visto, vete a verla y luego hablamos.

La tarde prometía, - que si yo todavía no he necesitado tomar  viagra, que si ya  vamos estando mayores y que si ahora, con lo de no poder fumar en ningún sitio cada vez  estamos mas jodidos -.
  
-Pues nos vamos a jugar al mus a mi casa, si es que aquí tampoco  nos dejan.






Ahí fue, como por  predestinación empezaron a desatarse las pasiones; iban fluyendo como vasos comunicantes una tras otra, dejando paso a  sutiles sentimientos que se iban despejando veladamente.

Al entrar en la casa, inicialmente solamente eran los perros los que parecían manifestar su deseo de acaparar el cariño de Cristian, en tanto, mientras avanzábamos hacia la sala que nos aguardaba, pudimos ver a un hombre tendiendo la ropa al que Cristian le  pidió una botella de Güisqui para la partida. El desarrollo de la misma  fue aciago en cuanto al reparto de naipes, sin embargo, el comportamiento del juego no bajó  en intensidad en ningún momento, el resultado se iba decantando inexorablemente como una inapelable replica  a los meses de victorias ininterrumpidas que habíamos acumulando.

No hubo nada que hacer, a Enrique, (el barbas), todo le salía a las mil maravillas, frente a cualquier envite por nuestra parte, siempre respondía con otro mayor o con un órdago lo que llenaba de satisfacción a Ernesto  su compañero de juego.

Lo perdimos todo, la comida, la lotería y hasta un compromiso de futuro que por el momento no desvelaré,  pero tenía la premonición de que algo mágico iba a suceder todavía, y así fue.

No se bien si con un impulso espontáneo o premeditado, Cristian se levantó de la mesa y dirigiéndose a mí, dijo:

-Te voy a regalar uno de mis cuadros

Se trataba de una preciosa muchacha de enigmática mirada,  con un pañuelo en la cabeza, dos grandes pulseras y una especie de velo alrededor de su rostro, recordaba a ese estilo de chicas sexy de  Manga, con un aire como si se hubiese acabado de escapar del comic. Sus ojos, su boca, su nariz y su barbilla atrajeron mi atención al instante;  tras escribir ésta dedicatoria


-Para Rafa después del 23 II

hizo el siguiente  comentario que impregnó de misterio el ambiente:

-Siempre que dibujo, me sale la misma cara
 
En ese preciso momento, apareció Inma su mujer que enseguida se percató de la jugada

- Perdonad, me encontraba leyendo el periódico para dejaros tranquilos, ¡Ah por cierto! ¿A quien se la vas a regalar?

Todos miraron en mi dirección, acabaron sus respectivos cigarrillos y salimos a la puerta de la casa para  despedirnos, lo último que me dijo Cristian fue:

-Colócala en el salón de tu casa

-No sé, mi mujer también tiene que opinar, pero no te preocupes, la  trataré lo mejor posible

Enrique y Ernesto en tono burlón, me dijeron:

-Puedes llamarla La Charolesa (El Charolés era el nombre del Restaurante donde en esa misma tarde, también habíamos perdido la siguiente comida).

Coloqué a la Charolesa en el asiento del copiloto, nada más arrancar el vehiculo, surgieron a borbotones un hervidero de preguntas en mi cabeza, en relación con lo que acababa de suceder




¿Existía entre Cristian e Inma alguna confabulación para deshacerse La Charolesa?

¿La reiteración obsesiva de Cristian, con la misma cara, podría  ahora repetirse conmigo?

¿Estaba corriendo algún riesgo  llevándomela a casa?

Los ladridos de los perros se oían a lo lejos, como complacidos

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Rafael Moreno Horcajada 


ANILLOS DE NEWTON

Pasó la página de Económicas y allí estaba. La vieja escuela del pueblo. Se quedó mirándola fijamente y vio que, a pesar de los años, el viejo edificio conservaba su encanto. Ese aura mágica con que siempre la recordaba seguía intacto aunque ya no revolotearan niños en el patio ni se oyeran sus chillidos alegres durante el recreo. Casi 60 después la escuela volvía a ser noticia.

Bajó la mirada hasta el pie de foto y leyó el texto. -“Otra vez lo mismo”- pensó – “Sota, Caballo y Rey. La vida no es más que eso, una serie de sucesos que, en esencia, siempre tiene un denominador común”. Volvió a repasar la imagen en el periódico y se detuvo en las ventanas de la escuela. Entre los reflejos de los cristales parecía formarse la silueta de varios niños correteando. ¿Acaso éste no sería Mario corriendo detrás de aquella cometa? Una cometa de cuatro colores y con forma de rombo que le había hecho su padre y a la que le había agregado una cola con lazos de trapo para darle más fuerza y estabilidad al hacerla volar. Pobre muchacho. Tanto que corrió para hacerla subir al cielo que al final subió él más que ella. Corría, corría y corría sin quitar la vista del cielo. Hasta que tropezó con aquella piedra y fue el final de su historia.

Chasqueó con los labios como lamentándose por aquel suceso a la vez que, con el dedo índice, trazaba las siluetas de las ventanas sobre la foto. “Sota, Caballo y Rey”,- Pensaba- lo mismo le pasó a su padre 3 meses después. Pero esta vez no se cayó él sino que lo tiraron al suelo y lo abatieron a balazos y el que no disparó su arma, lo remató a cultazos. Pobre hombre. Cuando vinieron esos matones desalmados estaba tendiendo la ropa en su casa, que quedaba entre la escuela y la iglesia del pueblo. Desde mi habitación, se pudo oír cómo le gritaron “rojo de mierda” antes de sonar el primer disparo. Los demás vecinos siempre sospecharon que fue César, su cuñado, quien lo acusó. Los escucharon discutir dos días antes del suceso. Si no se metía con nadie, decían los vecinos, no hablaba con nadie. Desgraciado, traicionero. Por unas pocas pesetas vender su alma y haber mentido de esa manera. Si nunca se le vio metido en revueltas, ni siquiera tenía una ideología política. Y César tampoco… Sota, Caballo y Rey. Dos que son iguales, uno que traiciona y otro que es traicionado”.

Levantó la vista de su lectura para dar descanso a sus pensamientos. A sus 85 años se agobiaba fácilmente con cualquier tipo de lectura. Vio un par de niños correteando por el parque y la escena se le pareció tanto a lo que acababa de “visualizar” en los cristales de la escuela abandonada, que no pudo contener un suspiro. “Y otra vez, vuelta a empezar”- Pensó- “Espero que éstos dos no encuentren piedras en su camino”. Volvió a mirar la noticia del periódico y esta vez se centró en el texto que apoyaba el reportaje. En él se podía leer: “La policía de Garrovillas encontró el cuerpo de una mujer enterrado en la nieve, en el jardín delantero de la vieja escuela del pueblo. El cadáver tenía marcas de violencia y varias puñaladas en el abdomen”. “Si ya lo sabía yo” – pensó – “tarde o temprano se repetiría. Aquella vez cerraron el recinto porque encontraron el cadáver de una de las religiosas enterrado en el patio, donde antiguamente estaba la alberca. Llenaron el foso con tierra e incluso plantaron algunos arbustos para que diera continuidad al resto del paisaje. Creo recordar que fue uno de los alumnos de cuarto de primaria quien empezó a cavar en la tierra, jugando a hacer túneles y carreteras. Tanto excavó hasta que dio con la mano de la difunta. Fue entonces cuando llamaron a la policía y removieron todo el terreno y la encontraron. Aunque todas las religiosas se presentaron ante el juez, ninguna prestó declaración. El niño también fue interrogado en compañía de su padre, pero nunca se supo qué declaró ni qué le preguntaron. Por suerte para la congregación, el obispo del pueblo intervino rápidamente y el tema que se quedó en silencio. El silencio de la policía a cambio de que abandonaran aquella casa y aquel pueblo. Creo recordar que le dieron un plazo de tres meses para que cerraran la escuela y se fueran de allí.

Desde entonces todo era tristeza, no solo las monjas estaban tristes. También los alumnos. Algunos ya no jugaban más en el patio. Otros ya no construían nada en la tierra sino que corrían tras las cometas en el empedrado frontal del edificio… Sota, Caballo y Rey.

Suspiró, levantó la vista a la parte superior del periódico. Vio la fecha, 7 de mayo de 2010. Cerró el periódico y lo puso sobre sus rodillas. Se quedó absorta mirando nada en especial. “Está nevando en mayo”-pensó- Se ajustó el abrigo a la cintura y luego se levantó del banco en que leía. Se subió el cuello para protegerse del viento. Dio unos pocos paso y se giró a mirar el periódico que dejó abandonado en el asiento. “Igual que hace 62 años, cuando me obligaron a dejar los hábitos”. Y seguía repitiéndose: Sota, Caballo y Rey.